Paisaje en el momento

O,  illusions  de l'enfance et de la patrie , ne perdez-vous jamais vos douceurs". 

Francois  René de Chateaubriand. René.

Recuerdo que el mar no se estaba quieto, como vanagloriándose de su belleza inmarcesible. Imposible no contemplarlo, no recordarlo de tantas mañanas iguales: una misma en el recuerdo.

Al mar le gusta murmurar, exclamar, estallar en espectaculares olas de melena blanca. Lo hace porque lo miramos, porque lo miremos.

Desde el suroeste en esa playa de entonces y todavía ahora la punta de la ciudad, como un gran cetáceo que acabase de salir a tomar aire y flota azul en el azul de la bahía, da inicio a un horizonte que se extiende interminablemente al noroeste.

Un horizonte de abismo, de distancias incalculables que insinúan el viaje inevitable.

Es el paisaje austero del puerto y su océano visto desde la playa enfrentada al poniente.

Desde el este los cerros de abigarradas construcciones se abalanzan sobre el mar. ¿Cuál detiene a cuál: la costa abrupta al mar, o el mar a la tierra y su escarpado avance?

Hondísimo, el mar entreteje corrientes de diversas temperaturas bajo la energía gélida de la de Humboldt, que avanza junto a la costa desde las aguas antárticas hacia el norte refrigerando el aire del litoral para el triunfo floral de los jardines de toda estación.

Sentí el fresco de ese aire de alas de gaviotas, cormoranes y alcatraces y supe que estaba donde he estado siempre.

Perfumaban el aire la sal yodada, los eucaliptos, la flores--rosas, lavanda, pelargonia, espino, algún pitosporus--el polvo y la tierra mojada por la niebla matinal que ya se levantaba.