--Por el momento estoy bien--respondió don Baruj cuando lo llamamos por teléfono para preguntarle si necesitaba algo.
--Me incomoda un poco, por cierto--continuó--no poder ir al café y mirar a la calle desde mi rincón junto a la ventana ni poder sentir a mi alrededor la presencia, el rumor de voces, de los demás.
Después de colgar escribió en su libreta: "No me molesta para nada, más bien me agrada, pasarme las horas en casa en completo aislamiento casi monacal, de cenobita a lo Kenko, y salir a caminar al caer la tarde, a solas, por el barrio y su antiguo parque".
--En realidad--nos había dicho por teléfono--no ha cambiado casi para nada mi rutina.
Ya sabíamos que a don Baruj no lo aflige la soledad. Alguna vez comentó cómo ésta puede angustiar a muchos porque sienten que en esencia todos somos solitarios a pesar nuestro. Que cada cual está solo consigo mismo.
Pocos son--dijo en otra ocasión que hablábamos de lo mismo--los espíritus realmente capaces de encerrarse en soledad, sin otra compañía que sí mismos.
La personalidad de don Baruj me recuerda a aquellos seres privilegiado que saben combinar lo social con lo personal/solitario. Logran lo mejor de lo gregario y de lo intimo. Podrían ser socio misantrópicos?
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