Nada tiene que ver lo angélico con las fantasmagorías trascendentes de reinos celestiales y avernos subterráneos. Tiene que ver solamente con la juventud, la edad de lo todavía impoluto y por lo mismo bello.
Fueron Adán y Eva al pie del árbol del deseo--manzano o peral, higuera o granado; o tal vez caqui sensual, parsimomo fabuloso--dos adolescentes consentidos, dos ángeles a punto de tropezar, engañados.
Se inauguró con ellos el tiempo y las nada angélicas edades: la declinante juventud, la madurez, la senectud y su fatal destino.
Es el alma imaginaria imagen de esa juventud--angélica edad--fujaz, perdida. Por su parte hablaban los paganos, más sabios y melancólicos, de ese mítico puer aeternus imposible.
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