9 de junio de 2022

Reloj de oro

Hay algo irónicamente simbólico en ese objeto icónico que es el reloj de oro, de próspera y llamativa representación. El tiempo--se dice--es oro y de oro es el objeto que lo mide y lo marca.

Mayor es la ironía--casi sarcasmo--eso de entregar el bien ganado reloj a quien, habiendo gastado ya su capital de días, jubila. 

Porque si bien se dice que el tiempo es oro, mejor que nunca se aplica tal equivalencia cuando a quienes del tesoro de horas que tuvieron les van quedando apenas --si algo les queda--las raspaduras del fondo del cofre ya vacío que alguna vez refulgió, repleto del irrecuperable metal precioso que se va gastando y desgastando a diario: el tiempo. 



Que el tiempo es oro, quien lo duda. Que como el oro fulgura y es tesoro, riqueza incomparable. 

Del oro difiere el tiempo en que se desprende de las manos día a día y disminuye, irrecuperable. 

Se consume en un constante descuento de horas, en el pago cotidiano de los días. Se lo invierte sin más rédito que las memorias gratas, las dichas recuperadas del desgaste del olvido. 

No hay cómo ahorrarlo ni acumularlo para después, para cuando el reloj masque el fin de la fortuna, la bancarrota de las horas.

Es oro el tiempo, fortuna pasajera.

8 de junio de 2022

Algo sobre los ángeles



Nada tiene que ver lo angélico con las fantasmagorías trascendentes de reinos celestiales y avernos subterráneos. Tiene que ver solamente con la juventud, la edad de lo todavía impoluto y por lo mismo bello.

Fueron Adán y Eva al pie del árbol del deseo--manzano o peral, higuera o granado; o tal vez caqui sensual, parsimomo fabuloso--dos adolescentes consentidos, dos ángeles a punto de tropezar, engañados.

Se inauguró con ellos el tiempo y las nada angélicas edades: la declinante juventud, la madurez, la senectud y su fatal destino.

Es el alma imaginaria imagen de esa juventud--angélica edad--fujaz, perdida. Por su parte hablaban los paganos, más sabios y melancólicos, de ese mítico puer aeternus imposible.





7 de junio de 2022

Monismo ambiguo

--No hay más realidad que la realidad--replica el obcecado--a la vez que piensa en ese mundo suyo en que ha vivido al resguardo de los demás. 


Su mundo personal, el nada más que suyo.


No miente al no decir que tal mundo existe. 


Miente, sin embargo, cuando insiste en su monismo estricto de una materialidad absoluta.


Se protege.


5 de junio de 2022

El nuevo día

Lo primero en la mañana al despertar es contarse todos los huesos y comprobar si afuera llueve o cantan las pájaros.


Sólo después de esto puede uno pasar a la cocina e iniciar el rito inaugural--es cada día un día nuevo--del agua, la cafetera, el molido rítmico--litúrgico--de los granos que ayer no más eran en el monte las rojas gemas del sabor encapsulado.

Al primer hervor saumeria al aire el aroma del agua transmutada y afuera--llueva o los pájaros canten--amanece: la luz se dispersa sobre las cosas, esplendorosa, como un salmo.







4 de junio de 2022

Algo sobre el tiempo, tal vez lo mismo.

 


No hace cuestión el tiempo--como no lo hace la riada--: arrasa. Es decir que pasa llevándoselo todo consigo, día tras día, momento a momento. Y no es que lleve apuro: simplemente transcurre. Es lo suyo.

Y en el transcurso van sucediendo todo tipo de situaciones, al azar--buenas y malas--y un sinnúmero de encuentros--buenos y malos--que se dan sin ton ni son, desordenadamente. 

Está en uno el ordenar tal sucesión de circunstancias y darles algún sentido entretejiéndolas: tejiendo--y destejiendo--con los momentos pasajeros una historia más o menos coherente, entretenida y gozosa; sobretodo gozosa. 

Si ha de pasar el tiempo como un río, sigámosle la corriente, que nos llevará por lugares--buenos y malos--inesperados. 

Si como el viento pasa el tiempo, echémonos a volar y ver a dónde nos lleva como a vilanos o arenas desperdigados en el revuelo.

Vive en nosotros el tiempo. Es más, nosotros somos el tiempo--bueno y malo--desaforado: la brisa y el vendaval, el riachuelo y la avalancha. 

Sucedemos. 




3 de junio de 2022

Asuntos del camino


Aprendí a caminar en la playa infinita y en los arenales--médanos y dunas--que el viento del mar ondula y remueve caprichosamente.



Caminando aprendí que los caminos no llevan a ninguna parte: que son una red inmensa, un tejido de vías que se entrecruzan y confunden, y que no hay mapa que descifre su enredo.

Se camina a la espera. No hay avance sino deambulaciones.

Otro diría--tal vez por más sabio menos quejumbroso--que se anda por el mundo de paseo, dando vueltas sin ningún apuro.