Para muchos el diente de león no es más que una maleza impertinente que afea el prado.
Por eso hay que acabar con ella. No dejarla prosperar: envenenarla, arrancarla de cuajo de la tierra para que no pueda echar sus hojas ni sus flores amarillas y mucho menos levantar esa cabeza de melena albina que al viento esparce la semilla alada propagando lo indeseado y condenable.
Nada de soplar la inflorescencia—absurdo juego de niños soñadores—para ver cómo a los vilanos se los lleva el aire. Nada de sembrar a todos los vientos, como propone el emblema de una editorial de larga historia.
Maleza es para muchos la palabra escrita que florece libremente y amenaza invadir los prados cuidadosamente mantenidos en su estéril perfección de artificio.
Floresca el diente de león en la pradera abierta y sobretodo en los jardines falsos cultivados para el engaño.
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Lunes 1 de junio, 2015
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