La cuestión es siempre por dónde agarrar al dragón por la mañana, recién despierto.
El temor mayor es recibir de lleno el coletazo de escamas astilladas o sufrir el chamuscón de uno de sus flatos ígneos.
Largos y muchos años de experiencia enseñan que, se haga lo que se haga, a la larga, y después de una primera pelotera, el dragón matinal se vuelve a su modorra de animal, aburrido del alboroto, y uno sobrevive un día más con algunas quemaduras y rasmillones de no mucho cuidado y uno que otro hueso roto muy de vez en cuando.
Nada digno del héroe.
Los caballeros de casco emplumado y caballos percherones pasaron hace mucho a la historia y, más aún, a la leyenda. De ellos no queda ni una tumba, ni una esquirla de fémur de reliquia.
El dragón a veces los interpela en sueños a que lo ataquen y sacude la cola de contento. Su enorme cola que lo rompe todo.
Se ve a las claras que los echa de menos, que añora esa edad de armaduras relucientes y tábanos sabrosos.
Duerme el dragón la dispepsia de la melancolía y engorda de nostalgias.
Le enrabia despertar.
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Miércoles 10 de febrero, 2016
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