Se dice que la
profesión de escritor es solitaria porque se escribe a solas. Es más, quien escribe, como quien lee, lo hace precisamente porque está solo y aspira al encuentro y la compañía.
A quienes les ha tocado en suerte el talento de crear con la palabra escrita la
soledad les es imprescindible: la necesitan. La admiten como un bien deseable, el mismo que el lector reclama en su retiro.
Se
escribe y se lee en soledad, en el silencio del estudio como en el barullo del café; pero en una soledad habitada de multitudes. Porque el simple acto de darle forma a la palabras en la escritura, y el otro, el acto cómplice de repetirlas en la lectura, se cumplen en compañía.
Quien escribe a solas no está solo: lo rodean en la escritura un sinnúmero de personas, entre ellas el lector con quien comparte su compañía.
La soledad del escritor en su mesa de trabajo es solo aparente. Sólo aparente la del lector en su escudo de silencio.
Quien escribe a solas no está solo: lo rodean en la escritura un sinnúmero de personas, entre ellas el lector con quien comparte su compañía.
La soledad del escritor en su mesa de trabajo es solo aparente. Sólo aparente la del lector en su escudo de silencio.
En virtud del lenguaje y su
condición de sistema comunicativo escribir y leer son--por solitarios que parezcan lectores y escritores--un encuentro comunitario. Desde la voz
ficticia del que narra, recita o razona con palabras que el escritor le adjudica, hasta los
personajes que van y vienen por el texto, y los lectores implícitos–los que el escritor espera leerán lo que escribe--, son muchas las personas que acompañan al
escritor en la quietud de su taller de trabajo. Allí donde en los anaqueles de la biblioteca personal le hablan y lo escuchan otros escritores--los admirados.
Y como el escritor nunca cesa de
trabajar, por solo que parezca estar en su escritorio, siempre está
rodeado de otros. Va por la vida constantemente acompañado, rodeado de la gente
que inventa. Ésas de las que el lector también hace sus compañeras.
No hay, por lo tanto, escritor solitario, como no hay tampoco lector que en su apartamiento de los otros esté a solas.
Que no se diga, entonces, que la profesión de escritor es una vocación de retiro y
escondrijo. Todo lo contrario: vive quien escribe, como también quien lo lee, inmerso en la humanidad, en perpetuo
diálogo con ella. Y si no fuera así, no serían escritores los que
escriben ni lectores los que los leen.
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Miércoles 11 de mayo, 2016

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