8 de noviembre de 2016

Memorias: Eliana Rivero

"Amapola": Una canción y sus recuerdos”
    
("Amapola" es una canción de 1924 compuesta por José Lacalle, oriundo de Cádiz. Después de su muerte en  1937, la letra se tradujo al inglés)

No ha habido otra canción, al menos para mí, que capture tan bien el pasado, o la historia de mi familia. Y con ello no quiero decir una sucesión de imágenes cristalizadas de mi infancia en Cuba, o la larga lista de melodías que toqué una vez cuando se hizo el video. ¿Cuál video, se preguntará el lector? Aquel que mis amigos, los documentaristas que viven en España, vinieron a grabar a mi casa, y salió como Melodías y memorias de Eliana Rivero. Ese documental incluye algunos clásicos asociados con mi niñez en un pequeño pueblo cubano, cuando escuchaba a mis padres cantar canciones como Corazón de Eduardo Sánchez de Fuentes y Siboney de Ernesto Lecuona, entre otras. Y, por supuesto, Amapola.

Lo curioso es que no incluí esta canción en el video; no estaba en mi lista entonces, y me pregunto ahora por qué.  ¿Será que la impresión que esa melodía  me dejó en el corazón, o el alma, o el cerebro, era demasiado agridulce para recordarla? O ¿quizás sería que no aún no se me ocurría hacer un arreglo musical en otra clave para poder cantarla? Sea como fuere, lo cierto es que el título con nombre de flor o de muchacha quedó fuera. ¿Y por qué no la escuchamos ahora, aquí, para tener una más clara imagen de lo que se dice aquí? Quizás el lector esté familiarizado con la interpretación que hace Andrea Bocelli en su hermoso concierto de Portofino, pero lo cierto es que el tenor italiano no me trae a la mente el sonido de la voz de mi padre. La grabación que de veras me toca el alma es la que cantan los Tres Tenores (Pavarotti, Domingo, Carreras). Mi papá lloraba a lágrima suelta cuando años más tarde los escuchaba. De todas formas, como todas las tonadas románticas, Amapola conlleva una letra sentimental que le toca el corazón a quien la escucha. 

Miguel Fleta cantó Amapola en la película de Hollywood The Lecuona Cuban Boys en 1925; Deanna Durbin la cantó en 1939 en First Love; y Alberto Rabagliati en un film de 1941. Hasta la cantante japonesa Noriko Awaya hizo una grabación de Amapola en 1937. Una versión popular fue grabada más tarde por la orquesta de Jimmy Dorsey con los cantantes Helen O’Connell y Bob Everly;  dicho número fue lanzado por Decca Records y llegó a la cartelera de éxitos de Billboard el 14 de marzo de 1941, donde se mantuvo 14 semanas y alcanzó el número 1 en el renombrado Hit Parade. Y la hija de Nat King Cole incluyó Amapola en su álbum de 2013 Natalie Cole en Español.
De manera que esta canción tiene una larga historia, tanto en inglés como en español. Pero lo que yo conocía durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta en Cuba era otra cosa: Amapola era parte del incipiente noviazgo de mis padres y de su matrimonio años después, y mi nacimiento más tarde. Aquí está la música de Amapola, en un arreglo que compuse para poderla cantar (no es lo mismo la clave de do que la clave de sol, obviamente). La letra es la original española, por supuesto. Y no es que me quiera poner a la altura de Natalie Cole, o mucho menos de Plácido Domingo: es que Amapola me está pidiendo que la cante, y no hay otra salida que la musical.


 “Amapola, lindísima Amapola,
será siempre mi alma tuya sola;
yo te quiero, amada niña mía,
igual que ama la flor la luz del día.
Amapola, lindísima Amapola,
no seas tan ingrata y ámame!
Amapola, Amapola,
cómo puedes tú vivir tan sola?”

Mi padre tenía razón al inspirarse y cantarle estas palabras a mi madre cuando la empezó a enamorar (ella tenía 15 años, y él 20). Y cuando yo nací, me convertí en la pequeña amapola, esa “amada niña mía” de la letra. Imagínense: San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, Cuba, alrededor de 1929. Mi madre ya ha cumplido quince años, y se viste como las jóvenes actrices en las películas de Hollywood que se empiezan a poner en los cines cubanos, Theda Bara y Myrna Lloyd, y lleva un corte de pelo a la moda. Mi padre, que tiene veinte años, vive cerca; su familia se acaba de mudar al pueblo de una finca en el campo, y trabaja en su primer empleo como vendedor de sombreros en una tienda de ropa. Se conocen a través de vecinos, él viene de visita, se sienta en el portal para hablar con mi mamá, los dos en sillones o mecedoras, pero bajo la mirada vigilante de mi abuela. Mi abuelo paterno, Tonito, es dueño de un teatro (Cine Capetillo), donde mi abuela toca la pianola para acompañar las películas silentes que vienen de California. Recuerdo que mi padre contaba, riéndose, que aun cuando era ya novio de mi madre tenía que pagar el boleto de entrada. Nada de concesiones.

Esos recuerdos están grabados en mi mente y en mi corazón como si fueran una pintura de Rembrandt al chiaroscuro, fluidos como una corriente de agua; no un canal de Amsterdam, sino el río San Cristóbal en la juventud de mis padres.


Pero volviendo a Amapola: mi familia cubana, por parte de madre, era muy musical. Todos cantaban o tocaban un instrumento, y cuando mis padres formalizaron su compromiso iban a menudo a ferias y verbenas (entonces una mezcla de carnaval y parque de diversiones; con música, por supuesto) y cantaban canciones y arias de zarzuelas españolas y cubanas. Todavía puedo oir dentro de mí los ecos de la voz de mi padre cantando una melodía de Los Gavilanes, o la voz de mi mamá entonando una canción de Lecuona, de María la O o de Rosa la China.  Esos recuerdos están llenos también de imágenes visuales; y cuando escribo estas palabras miro las fotos de mi madre sonriendo, o mirando muy seria a la cámara que captura el momento en tonos sepia. En una de ellas, mami se ve como una de esas muchachas de aquellos años durante la Segunda Guerra Mundial, que llevaban hombreras en los vestidos y el pelo a lo “Betty Grable”, enrollado en bucles y levantado alrededor de la cara. Sonríe suavemente mientras yo reclino mi rizada cabeza de dos años en su mejilla. Y recuerdo su dulce voz de soprano que cantaba el Ave María de Gounod, el Siboney de Lecuona, y la Amapola de Lacalle.

He regresado a Cuba varias veces a través de las décadas entre 1980 y 2016. Cuando las personas con quienes me encuentro en la isla me oyen hablar de mis recuerdos,  infaliblemente se asombran de cómo puedo guardar en la mente toda esa música cubana tradicional después de más de 55 años lejos del suelo natal donde se creó, y donde me crié. Y mis amigos se ríen cuando mezclo partes de la letra de algún reguetón en nuestras conversaciones  (esto lo hago para demostrar que no estoy  detenida en el pasado, por supuesto).

Pero es la melodía de Amapola la que me persigue. Una vez publiqué una pequeña crónica de mi niñez titulada La niña de los conejos (Labrapalabra Noviembre 2015) pero la podría haber titulado “Amapolas y conejos”, según los recuerdos de mis padres que revivían de nuevo: nuestros paseos domingueros para recoger hojas de piñón y así darles de comer a  mis animalitos, mi padre manejando un Studebaker verde y cantando Amapola, una de las canciones más populares en esa época.

Hasta el día de hoy, no estoy segura de si lo que me fascina y transporta es la melodía que oigo en la mente (a veces en las voces de los grandes tenores y otras veces en la voz de mi padre, que no la cantaba tan bien como ellos), o las imágenes que evoca de una familia cubana y el cariño que compartían, ese amor que persiste más allá de la distancia y la separación, y aun de la muerte. Oigo las canciones de los años veinte y treinta y me transporto en el tiempo, a su  juventud y su felicidad y sus caras sonrientes, aunque ya hace un largo tiempo que se fueron, aunque su regreso a Cuba fue solo en forma de cenizas. Y oigo ahora, en la voz de José Carreras, la introducción no tan conocida de esa misma Amapola:  
De amor, en los hierros de tu reja;/ de amor escuché la triste queja;
De amor, que sonó en mi corazón/ diciéndome así, con su dulce canción:
Amapola, lindísima amapola……  



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 Miércoles 9 de noviembre, 2016

2 comentarios:

  1. Que lindo recuerdo Eli, me dejaste con lágrimas en los ojos. Una belleza, tal como tú!

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