Ermitaño el paguro se protege encerrándose en la caracola vacía que fue de otro, del caracol averiguador y enamorado de sí mismo.
Así escondido, presenta Paguro al mundo las tenazas amenazadoras que lo defienden de sus timideces y temores de introvertido. Piensa para sí mismo.
Para sí mismo se dice que no debiera hacerse ilusiones respecto a lo que tiene alrededor ni menos aún a lo que tiene por delante.
De sí mismo tiene una imagen algo dolorida, auto compasiva y timorata. Por eso lo del escondite, por eso lo de las tenazas a la vista.
"A cada cual lo suyo", piensa y repiensa buscando justificaciones satisfactorias.
Ha pensado también que a lo mejor se equivoca, que no tiene por qué cada cual sentirse obligado a ser quien es; que a lo mejor se puede a fuerza de esfuerzo y voluntad ser otro. Que él mismo podría ser un caracol--ya lleva su concha a cuestas--y lenta, sabiamente, ir por el mundo averiguando con los periscopios del curioso las verdades de su entorno, lo de afuera, tan diferente a la espiral de su interior de ecos marinos, es decir de ignotas honduras.
Pero no tiene Paguro el paso calmado y seguro del caracol sino el laborioso arrastrar la concha con sus patitas de uñas quebradizas, ni tiene los ojos pedunculados que lo miran todo alrededor sino los ojitos miopes del cangrejo ensimismado.
No es caracol el paguro, aunque lo parezca; ni paguro el caracol.
"Cada cual a su manera", se conforma el equivocado y siente en su interior esa leve, un tanto tonta sensación de que las cosas podrían haber sido algo mejor si la concha adoptada fuera de veras suya y si en vez de su tímido regusto por la ensoñación lo encandilaran los oropeles de la aventura.
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Miércoles 18 de enero, 2017
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