—“Nel mezzo del cammin”—citó alguien al
cristianísimo poeta.
Se hablaba en la tertulia de lo rápido que pasa el tiempo cuando no se tiene el tiempo para detenerle, en la calma del ocio, su premura.
Se hablaba en la tertulia de lo rápido que pasa el tiempo cuando no se tiene el tiempo para detenerle, en la calma del ocio, su premura.
--Esa visión tradicional de la vida como
un camino—comentó don Baruj--, del hombre como un peregrino, no acaba de
gustarme.
--Por manida, seguramente—sugirió quien
siempre pone en la boca de otros sus propias opiniones.
--Sin duda—le aseguró don Baruj. --Y por
lo que ha representado desde hace demasiado tiempo. Prefiero—aunque sufra de
mareo, o a lo mejor por eso mismo—la alegoría del barco al garete, a palo seco
y timón inútil.
--Y no se hable de GPS ni nada por el
estilo—continuó ante el silencio de los demás.--Se trata en esta imagen marinera de un
barco de los tiempos en que se navegaba a merced de los vientos y mareas, a
tientas con respecto al meridiano.
Más tarde, cuando el grupo se había
reducido a los más íntimos, don Baruj explicó que si hemos de representar la
vida humana como un trayecto, es ésta, la imagen de un barco a la deriva en
aguas impredecibles, la más adecuada representación de la absurda situación en
que nos encontramos cuantos estamos perfectamente conscientes de lo que somos.

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