En la introducción a su libro How to Read Poetry Like a Professor Thomas C. Foster observa cómo a lo largo de su carrera ha encontrado que muchos de sus estudiantes que han querido escribir poesía no la leen ni les gusta (“I can’t tell you the number of students over the
years who told me that they like to write poems, but they don’t read them.”)(3), lo que le parece, con razón, desproporcionado. Lo cierto es que, como sigue
observando, esta rara actitud indica que hay en nosotros un fuerte impulso
poético aunque no nos guste leer poesía.
La observación de este experto profesor de escritura
creativa es acertada y se puede aplicar no solo a sus estudiantes sino a un
sinfín de poetas nada estudiosos que, no siendo lectores de poesía que no sea
la suya, poco o nada pueden saber sobre la naturaleza de la poesía como forma
artística ni tienen cómo reconocer, menos aun producir, un auténtico poema.
Por lo mismo, ofrece este ingenuo professor su libro—más
bien manual—sobre las características que hacen de la poesía una forma de arte
universal y, se podría decir un poco exageradamente, eterna. Porque la poesía
es una forma de expresión humana tan antigua--si no más--como el uso de la
palabra, don distintivo de la especie.
Es de palabras que se compone la poesía, arte verbal por
excelencia. “Poetry uses language—escribe Foster--to take us to a place beyond
language.”(7) Y por lo mismo, reconoce lo que todo verdadero poeta sabe muy
bien, que escribir poesía “is a full-contact activity”(7), es decir, una
actividad física, corporal.
Quien no acepte que, como todas las artes, la poesía es
producto de un ejercicio corporal, una forma de sensualidad enfocada, no puede
ni leer poesía ni pretender siquiera escribir un verso poético.
Cita Foster al poeta norteamericano Robert Pinsky, quien en The Sounds of Poetry afirma
acertadamente que siendo la poesía un arte vocal no puede sino ser un arte
corporal. La poesía no se da sino cuando se la lee en voz alta, cuando la
palabra impresa se interpreta recitándola, como se interpreta la partitura con el
sonido la orquesta.
Al recitar un poema, como al escribirlo, entran en juego las
cuerdas vocales y los órganos de la articulación, el diafragma, los pulmones,
el corazón, la sangre y todo el cuerpo agitado por la magia de la palabra dicha
en voz alta. No menos activos están los oídos que hacen de carnales caracolas
donde el sonido se vuelve un mar bravío.
Habla Foster de cómo al decir y oir la poesía la sentimos.
Por los oídos y a través del sistema nervioso va al cerebro y nos aprieta el
pecho o el estómago, nos agita el pulso, nos pone los pelos de punta, nos
sobrecoge. “We have—dice—bodily as well as emotional or intellectual responses
to poetry.”(13) Lo intelectual y emocional de la poesía es una misma cosa con
lo sensual de la experiencia corporal que la crea en la escritura y la recrea
en la lectura en voz alta.
Si solo esto se aprendiera de este libro explicatorio—que la
poesía ha de escribirse y leerse con todo el cuerpo enardecido--ya sería
bastante. El resto son consideraciones formales que, aunque imprescindibles, no tienen cabida en esta
breve nota.
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