Hay quienes se comen las uñas hasta hacerse daño, quienes se rascan hasta sacar sangre, quienes comen hasta no caber--como el evangélico camello--por la puerta ojo de aguja, destinada a los humanos.
Y quienes hay que, como ellos--los roe uñas, los rascadores, los comilones--, con la misma ciega obsesión, el mismo celo compulsivo, no pueden dejar de hablar y hablar por escrito hasta quedarse sin palabras, en catatónico silencio frente a la página en blanco o la pantalla hipnótica, limpia de caracteres: esterilidad de lo vacío.
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