Cuenta Sir John Mandeville que “al pie del Monte Sinai
hay una abadía de monjes, bien rodeada de altas murallas y con puerta de hierro
por temor de las terribles y crueles bestias salvajes que viven en esos
desiertos”, y que en “a ese monasterio nunca vienen ni pulgas ni moscas ni ningún
otro tipo de sabandija de corrupción, por un milagro de Dios y Su Madre Santa
María y de la bendita virgen Santa Catalina. Porque hubo allí una vez tan gran
multitud de esos sucios insectos que los monjes de la abadía estaban tan
atormentados de ellos que dejaron el lugar y se fueron, escapando, a las
colinas. Y entonces la Virgen Bendita vino y se encontró con ellos y les dijo
que volvieran al monaterio, y que nunca más los harían sufrir ni los molestarían.
Hicieron lo que les dijo y volvieron, y desde ese día nunca más vieron ni una
pulga ni una mosca, ni ningún otro tipo de tal corrupción que los atribulara”.

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