Demasiado satisfecho de sí mismo el lector indeseable se ufana de tanto como sabe. Pasa las páginas con mano delicada que disimula el puño indignado y el dedo acusador. Hasta en el libro más prolijo y en el autor más exigente encuentra el error, la falla humana, el defecto imperdonable. Lee con placer de cazador que atrapa bestias azoradas, con regustos del que saja y corta, con delicias de magistrado y verdugo. No hay texto en que no pueda clavar la uña enroscada del mandarín, el intocable.
Cuando cierra el libro que ha leído o lo guarda entre otros libros que no volverá a leer, sino sólo para criticarlo, o lo tira a la caja de los que va a vender por nada en la tienda de libros desechados.
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