7 de octubre de 2020

El ruido del silencio

El ruido de la sierra, de intermitente insistencia--estridente evocador de talas que se creía olvidadas--acabó por desbaratar a media tarde todo esfuerzo de paciencia, todo intento de acallarlo confundiéndolo con el zumbido interior, el habitual e irrmediable tinnitus del silencio. 

Y sí, al salir al porche a averiguar lo que se suponía estaba sucediendo, se pudo comprobar cómo la enorme centenaria encina que desde siempre había hecho del cruce de calles--de la esquina--el espectáculo soberbio de una cúpula sagrada de mosaicos de luz y sombra, ya no estaba. 

Sólo quedaban el amplio vacío de un cielo de crudo azul, terso de absoluto, y el muñón herido del magnífico tronco que la cierra roía ruidosa y rabiosamente, con esa rabia ensañada y prepotente del que destruye.

Al caer la tarde vino el silencio, el de la ausencia del follaje susurrando al viento. Silencio peor, por infinito y profundo, que el ruido de la sierra que lo produjo.



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