--Sepamos que esto es todo: que no hay más. Conformémonos con lo posible.
Quien esto dice sabe que miente y engaña. Que a quienes les habla y lo escuchan, ansiosos de una certeza, sus palabras les proponen una actitud pasiva que, si bien puede parecer calma y satisfecha, no resuelve nada. Porque un signo de humanidad es el no conformarse con lo posible, el suponer que hay algo más, que tiene que haber algo más que lo que se tiene.
Sabe también, quien así predica, que su engaño satisface a muchos y que esos muchos le darán la razón en todo y seguirán a pie juntillas sus palabras.
Sus palabras—dicen—de iluminado y profeta.
--Conformémonos—repite a voz en cuello—con lo que somos.
Y les habla, los convence, del infernal orgullo de no darse por satisfechos con lo disponible: del adánico pecado imperdonable de querer, ya no sólo todos los bienes del paradisíaco, sino además desear ciegamente el deleite prohibido del fruto del saber, que es la insaciable ansiedad de lo imposible.
--No hay más saber que lo que yo sé—continúa el augur—y les comunico. Mis palabras lo dicen todo. Mis proféticas palabras de iluminado.

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