No hace cuestión el tiempo--como no lo hace la riada--: arrasa. Es decir que pasa llevándoselo todo consigo, día tras día, momento a momento. Y no es que lleve apuro: simplemente transcurre. Es lo suyo.
Y en el transcurso van sucediendo todo tipo de situaciones, al azar--buenas y malas--y un sinnúmero de encuentros--buenos y malos--que se dan sin ton ni son, desordenadamente.
Está en uno el ordenar tal sucesión de circunstancias y darles algún sentido entretejiéndolas: tejiendo--y destejiendo--con los momentos pasajeros una historia más o menos coherente, entretenida y gozosa; sobretodo gozosa.
Si ha de pasar el tiempo como un río, sigámosle la corriente, que nos llevará por lugares--buenos y malos--inesperados.
Si como el viento pasa el tiempo, echémonos a volar y ver a dónde nos lleva como a vilanos o arenas desperdigados en el revuelo.
Vive en nosotros el tiempo. Es más, nosotros somos el tiempo--bueno y malo--desaforado: la brisa y el vendaval, el riachuelo y la avalancha.
Sucedemos.
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