10 de febrero de 2015

Cambio de rumbos por Eduardo Valenzuela

Durante el desarrollo de la humanidad siempre ha habido personas que se cuestionan si los cambios tecnológicos han sido realmente para beneficio o detrimento de esta. No es una historia nueva. Me imagino que al inventarse el pergamino, muchos escribanos, talladores de la piedra, protestaron por la infame trasformación. Claro, aquellos que cargaban con los pedruscos seguro que celebraron fiestas. Todo cambio implica el regocijo de unos y el perjuicio de otros.

Un cambio tecnológico produce una reacción en cadena: cuando un proceso se altera, muchos otros se ven obligados a transformarse. Por ejemplo, la televisión a color representó un cambio para las cámaras, las escenografías, la publicidad y toda una serie de productos y métodos paralelos que tuvieron que adaptarse o desaparecer.

La Revolución Industrial trajo grandes cambios para la humanidad durante un período de cien años, entre 1750 y 1850, que afectó a todos los medios de producción e impactó el aspecto socioeconómico y el cultural. Desde ese gran evento, no había ocurrido otra transformación notable con repercusiones de similar trascendencia hasta el advenimiento de Internet y lo que hoy llamamos Revolución Digital, también conocida como la Tercera Revolución Industrial, que comenzó alrededor de la década de los 80 y continua en el presente.

Desafortunadamente algunos se resisten a la idea de esta Revolución Digital, a sus grandes cambios y repercusiones económicas y socioculturales para el presente y futuro de toda la humanidad. Esta resistencia no es nada nuevo, ya que los cambios implican que muchas personas se vean desplazadas y obligadas a re-capacitarse con los conocimientos requeridos para funcionar de acuerdo a nuevas metodologías y procesos de toda índole. Por lo general, los mayores detractores de las nuevas tecnologías son aquellos que no se han tomado el trabajo de educarse en las mismas e ignoran todos los beneficios que dichas tecnologías representan para las generaciones actuales y futuras.

El internet ha abierto el acceso al comercio internacional, a la educación, a la cultura, al conocimiento acumulado por todo el pensamiento y actividad creativa del hombre. Pero sobre todo le ha dado un espacio al artesano de las letras a compartir el producto de sus intrincadas lucubraciones. Y es que sin ese espacio virtual muchas cuartillas permanecieran escondidas esperando a convertirse en alimento de polillas. Hoy es posible establecer una comunicación con millones de lectores y, aunque la gran mayoría ejerza su derecho a seguir de largo y navegar por otras páginas, baste que uno se detenga y reciba complaciente nuestro mensaje. No fue en vano, no se convirtió en resonancia de un espacio desolado; cumplió su propósito --su único propósito-- de que alguien invierta aunque fuera una mínima fracción de su tiempo en leernos y en pensarnos.

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