Un cambio tecnológico produce una reacción en cadena: cuando un proceso se altera, muchos otros se ven obligados a transformarse. Por ejemplo, la televisión a color representó un cambio para las cámaras, las escenografías, la publicidad y toda una serie de productos y métodos paralelos que tuvieron que adaptarse o desaparecer.
La Revolución Industrial trajo grandes cambios para la humanidad durante un período de cien años, entre 1750 y 1850, que afectó a todos los medios de producción e impactó el aspecto socioeconómico y el cultural. Desde ese gran evento, no había ocurrido otra transformación notable con repercusiones de similar trascendencia hasta el advenimiento de Internet y lo que hoy llamamos Revolución Digital, también conocida como la Tercera Revolución Industrial, que comenzó alrededor de la década de los 80 y continua en el presente.
Desafortunadamente algunos se resisten a la idea de esta Revolución Digital, a sus grandes cambios y repercusiones económicas y socioculturales para el presente y futuro de toda la humanidad. Esta resistencia no es nada nuevo, ya que los cambios implican que muchas personas se vean desplazadas y obligadas a re-capacitarse con los conocimientos requeridos para funcionar de acuerdo a nuevas metodologías y procesos de toda índole. Por lo general, los mayores detractores de las nuevas tecnologías son aquellos que no se han tomado el trabajo de educarse en las mismas e ignoran todos los beneficios que dichas tecnologías representan para las generaciones actuales y futuras.
El internet ha abierto el acceso al comercio internacional, a la educación, a la cultura, al conocimiento acumulado por todo el pensamiento y actividad creativa del hombre. Pero sobre todo le ha dado un espacio al artesano de las letras a compartir el producto de sus intrincadas lucubraciones. Y es que sin ese espacio virtual muchas cuartillas permanecieran escondidas esperando a convertirse en alimento de polillas. Hoy es posible establecer una comunicación con millones de lectores y, aunque la gran mayoría ejerza su derecho a seguir de largo y navegar por otras páginas, baste que uno se detenga y reciba complaciente nuestro mensaje. No fue en vano, no se convirtió en resonancia de un espacio desolado; cumplió su propósito --su único propósito-- de que alguien invierta aunque fuera una mínima fracción de su tiempo en leernos y en pensarnos.
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