27 de febrero de 2015

Cuento: El matrimonio por Isa Valenzuela

Salgo a la ciudad a buscar mi comida. He encontrado un lugar especial. Tiene algunos bancos. Es una zona arbolada que rodea a una iglesia. Son buenos lugares, al igual que los cementerios.

Me pongo a cantar. Tengo tantas ganas de cantar porque en la casa que vivo no se puede hacer ruído, así que salgo a la calle para poder cantar aunque no muy fuerte. En los túneles del metro se puede cantar más fuerte, pero recién me toca el miércoles.

Pongo la funda de la guitarra en el suelo delante mío, con algunas monedas variadas sobre una cavidad central que le hago aplastándola un poco. Para dejar claro el asunto de la participación.

La gente que participa es normalmente la misma que pone monedas, o bien deja y se va, o se queda de pie no muy cerca, escuchando. Algunos, largos ratos.

Ayer, mientras cantaba, en la acera opuesta se paseaba una pareja de recien casados, ella de vestido blanco largo y él de frac, acompañados de un fotógrafo. Actuaban como si buscaran algo que seles hubiera perdido en esa cuadra precisamente.

Al rato de ir de arriba para abajo, yo ya creía saber qué es lo que buscaban y era algo que estaba delante de sus propias narices. Me buscaban a mí. De pronto se dieron cuenta y lentamente pero de frente se me acercaron. De ese grupo de tres se separó el novio y acercándose con rapidez, puso un billete de 5 Euros sobre la funda y murmuró algo que yo entendí aunque no verbalmente. No sé porqué me puse a cantar "La carreta enflorá", como para darle un sabor folklórico al evento, mientras ellos seguían el ritmo en un baile informal y humorístico. La estaban pasando muy bien, mientras el cameraman nos filmaba a todos y a ellos les daba algunas instrucciones.

En eso estábamos, cuando se me ocurrió que lo que hacía falta allí era un vals, y les dije: acá va un vals y lo comencé. Les hice una seña como invitándolos a bailar y el novio la enlazó por la cintura y empezaron a girar.

Era un auténtico vals de novios en el gran salón del palacio. El piso de la plaza, de pequeños adoquines con el pasto crecido en las junturas era lo único que desentonaba, pero el novio la llevaba como en el aire para que lo rústico del piso no la desanimara.

Todo fue filmado desde diferentes ángulos.

Y luego naturalmente se fueron alejando y yo todavía iba por la mitad del vals y los seguía con la voz, utilizando ese recurso mágico que es ir aumentando el volumen a medida que la gente se aleja. Esto produce un efecto tan atrapador que hace que algunos se devuelvan, como si de golpe sus caminos dieran un giro de trecientos sesenta grados al notar que aunque caminan en el espacio, no lo hacen en el sonido. Están de alguna forma detenidos escuchando eso que mágicamente les regocija el corazón y les da como un empujón hacia el gozar de todo lo bueno que todavía puede ocurrirles.

El vals terminó cuando ya desaparecían.

Hubo también una pareja de gente mayor que se sentó en un banco y escuchó la mayor parte de lo cantado y luego, cuando ya cansado, dejé de cantar, guardé todo y me disponía a tomar el U Bahn para volver, me estaban esperando como esos que esperan a los artistas en la parte de atrás del escenario, y conversamos largo rato sobre Sudamérica donde ellos habían estado varias veces, lo que hacía que hablaran un español muy entendible.

Con lo recaudado, almorcé en un restaurat tailandés, luego fui a buscar a mi hija y a mi hijo, les compré helados y luego un chocolate a cada uno, compré leche, soya, pan y frutas.

Salí sin nada y volví con las manos llenas.

"El Señor es mi Pastor, nada me habrá de faltar,
en prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo, haciendo honor a Su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,  porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término".


 Isa Valenzuela nace en Chile y recorre el mundo con su guitarra y su voz de trovador. Actualmente se lo oye cantar en los parques de Berlín.

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