No fui el primero ni el último en dormirse durante uno de los prolijos discursos de Pablo, el mayor de los discípulos, judío errante, infatigable y locuaz. Me encontraba en la reunión porque mi madre, rica patrona griega, creía ferverosamente y, como le parecía indecoroso salir de noche sola, me obligó a acompañarla.
Llegamos al aposento alto al anochecer y Pablo ya estaba disertando. Alargó su discurso hasta la medianoche y para entonces yo, acurrucado en el alféizar de la ventana, caí vencido por el sueño del tercer piso a la tierra rocosa. Mi alma se separó de mi cuerpo en el impacto, pero no tardó en volver gracias a la intervención oportuna de Pablo.
La resurrección del Cristo formaba el eje central de las prédicas de Pablo, y ya sabíamos que el Cristo en vida había resucitado a Lázaro, al hijo de la viuda de Naín y a la hija del magistrado de Jairo. A la muerte del Salvador, se dice inclusive que los sepulcros se abrieron, y muchos cuerpos de santos, que ya habían muerto, volvieron a vivir.
Luego Pedro, apóstol vacilante del Cristo, se jactaba de haber resucitado en Jope a una creyente conocida en arameo como Tabitá o en griego como Dorca. A pesar de todo, Pablo juraba que había trabajado más que Pedro y todos los otros apóstoles o testigos oculares de Jesús el Nazareno.
Se produjeron rumores de que Pablo se había resucitado a si mismo después de ser apedreado en Listra, pero sea como sea, como estudioso cuidadoso de los hechos de los profetas, Pablo conocía a fondo los pasos a seguir para resucitar a los muertos. Según el Libro de los Reyes, el profeta Elías se tendió tres veces sobre el cuerpo del hijo muerto de una amiga viuda, mientras clamaba al Señor con estas palabras, “Señor y Dios mío, te ruego que le devuelvas la vida a este niño”. Acto seguido el alma del niño volvió a su cuerpo y el niño recobró la vida.
El profeta Elías ascendió al cielo en medio de un torbellino, pero a los israelitas les dejó a su discípulo, el profeta Eliseo, que según el Libro de los Reyes duplicó este milagro a su tiempo. Eliseo entró a la habitación del hijo expirado de una sunamita, cerró la puerta tras de sí, y oró al Señor. Subió a la cama del niño, que no daba señales de vida y se tendió sobre él, juntando boca a boca, ojos con ojos, y manos con manos. Así, se mantuvo tendido sobre el niño hasta que el cuerpo del muerto comenzó a entrar en calor.
Eliseo se levantó y comenzó a pasearse de un lado a otro de la casa. Después volvió a subirse a la cama y se tendió otra vez sobre el niño; en ese momento el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. El Libro de los Reyes también afirma que los meros huesos de Eliseo sirvieron para devolverle la vida a un muerto anónimo que fue abandonado en su sepulcro.
Volviendo al caso mío, Pablo, utilizando la técnica de los profetas Elías y Eliseo, se echó sobre mi cadáver y al instante volví a cobrar conciencia. Me abrazó y les dijo a los fieles, “No se alarmen. Está vivo”. Me di cuenta de que todos estaban alarmados. Volvió a subir, y partió el pan y comió; luego siguió hablando hasta que amaneció, y entonces se fue de Troas para siempre.
El doctor llamado Lucas, compañero de armas de Pablo, redujo a palabra escrita lo sucedido en los Hechos de los Apóstoles y desde entonces toda clase de curiosos me viene a ver a este poblado alejado de la mano de Dios. ¿Usted, estimado peregrino, también tiene ganas de conocer la verdad de lo que le pasó a su servidor, Eutico?
No hay más verdad que ésta: a mi madre siempre le decía, “Mejor muerto antes que convertirme”. Y, en efecto, así fue.
Un cuento maravilloso sobre la resucitación de un muerto,
ResponderBorrarpor Pablo el Apóstol, narrado por el mismo resucitado.
Esta narración es sumamente original ya que es el
propio resucitado quien la evoca. El escritor, Eduardo
Jiménez Mayo, es un hombre sumamente versado en
el nuevo testamento y conoce a profundidad los temas
del nuevo testamento. Yo no quisiera resucitar y en realidad
el tema de la eternidad me aterra. Ya sea para el cielo o
para el infierno. La vida del hombre primitivo, según, Thomas
Hobbes era: <>. Sería terrible que en
el infierno la vida fuera eterna, terrible y brutal. Creo que
el primate llamado hombre tiene una vida terrible y a imagen
y semejanza de esta vida construyó el infierno. No tiene una
imagen para construir el cielo. Bruno Estañol