10 de marzo de 2015

Cuento: "Hambre", Santiago Daydi-Tolson

--Hay que alimentarse--dice--, comer y beber todos los días, varias veces al día. Toda la vida.

¿Por qué? ¿Y para qué? Para vivir, para seguir viviendo. Como la terrible araña, que devora cuanto insecto cae en su tela, obra delicada de su artimaña. Alimentarse, sobre todo alimentarse, comer a boca llena, beber toda el agua que haya.

--Así, un sorbito que sea.

En seis meses no ha caído ni una gota de agua. Ni para un vasito con que empapar los labios. Ni una garúa siquiera para humedecerse.

Allá y entonces llovía todo el tiempo. Un agua dulce, de cielos diluviales. Éramos agua: vivíamos empapados de sudor y lluvia. Y el hambre, eso sí, nos acabó penetrando, se nos metió hasta en los huesos. Nos hizo cometer todo tipo de locuras.

--Pruebe si quiera un poquito de esto. Tiene que comer algo. Está muy bueno.

O uno come o se muere. Y se lo comen los otros.

Primero fue el que nos metió en el lío. Mira que decirnos que por ahí se iba y no por el otro lado. Las acusaciones llevaron a la discusión y la discusión terminó en pelea. Un empujón, un golpe y ya, se armó la pelotera. Nada especial, nada nuevo. Sólo que se nos pasó la mano.

Eso fue, se nos pasó la mano.

Lo demás ni tuvimos que pensarlo.

Hay que alimentarse. Comer y beber varias veces al día, todos los días.

--Coma un poquito por lo menos. Se lo dejo aquí para cuando tenga hambre.

Ya no. Huele mal. Además, ya comí demasiado, más de la cuenta, toda mi vida. Como el tejón, voraz, siempre con hambre, siempre a la caza de lo vivo, enrabiado de hambre.

Porque el hambre indigna.

O le das de comer o te come. Te va royendo poco a poco y te devora, como las hormigas, las insaciables hormigas que no cesan, que nunca mueren.

El segundo fue cuestión de suerte. De arrepentimiento y asco se colgó de un árbol. El único trabajo que nos dio fue descolgarlo y disputárselo a los bichos que a la voz de carne muerta acuden al banquete desde las cuatro esquinas del infierno.

Me huele mal, a carne chamuscada.

--Pero tiene que comer.

Ya no. Ya comí todo lo que tenía que comer y lo que nunca debí haber comido.

Era él o yo. No había más.

Dejamos de dormir, dejamos de hablarnos. No nos separábamos para nada, como dos enamorados.

Hay que alimentarse. O se come o te comen. Te come el hambre, el tuyo o el de los otros.

Comer ¿Para qué?¿Y por qué?¿Para vivir?¿Para sobrevivir al otro, al que ya no pudo comer más? ¿Al que cayó en la red arteramente entretegida? ¿Al que sucumbió al colmillo del tejón, carnívoro voraz, furioso?¿Al que me fui comiendo poco a poco, día a día, varias veces al día, toda una vida, como comen las hormigas, a multitud de mordiscos ciegos de ese hambre viyal que nunca ceja?

--Un bocadito. Ya. ¿Por qué no trata?

Huele mal, a carne chamuscada que se pudre.

Que me coma el hambre.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario