23 de noviembre de 2016

Caracol y Paguro

La columna "Caracol y Paguro" dejó de aparecer en Labrapalabra un poco por descuido y otro poco por olvido, que es más o menos lo mismo y algo muy propio de la caprichosa mente humana, que tanto descuida como olvida según le convenga.

Con este nuevo texto se trata de revivir una columna regular que no dejaba de tener su gracia por indefinida. Su título ya la colocaba en un terreno inestable, de imprecisas fronteras.

Veamos que se puede hacer con tal título, aparentemente significativo en su simbolismo.

Caracol

Represente el caracol--sea de tierra o mar, según convenga--la sabia morosidad de la paciencia y la cautela por su lento proceder; por su forma, la maravillosa belleza natural del espiral, que habla del perfecto infinito laberinto. Con sus ojillos pedunculados y sensiblemente retráctiles hace pensar en la tímida curiosidad del insaciable que todo lo quiere averiguar sin demasiados riesgos; y por la estela de nácar que deja detrás suyo recuerda el frágil legado de toda vida por eso de que se la compara manidamente con un camino, ese que alguien dijo "se hace al andar".

¿Y qué decir de su hermafroditismo?

¿Qué de su silencio de criatura sin voz y qué de su pacífico vegetarismo?


Habitante de las aguas primigenias remonta su misteriosa condicion a un tiempo muy anterior al tiempo y por comparación, nos enfrenta--fósil vivo--a la vanidosa prontitud del ajetreo humano.

  Paguro

En cuanto al paguro pueden hacerse innumerables suposiciones.

Como el caracol, el paguro--que otros llaman ermitaño--se encierra en el laberinto de su concha a meditar. A pensar seguramente en la "mortalidad del cangrejo", su destino de ser vivo.

Escondido, pareciera no saber del mundo en el que su propia presencia no es más que una caracola que bien podría estar vacía.

Vacía la encontró cuando mudó de escondrijo y la hizo suya y la adoptó como su celda de cenobita que nada tiene, ni su propia casa.

Vive el paguro en la humildad del que no tiene nada, del que se adapta a lo que puede conseguir de lo que otros abadonan y él tímidamente se apropia.

En el callado escondite de su concha ajena el paguro piensa, medita y hasta probablemente reza.

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Miércoles 23 de noviembre, 2016

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