29 de julio de 2019

Un cuento de Rebecca Bowman


San Benito
                                                  
 Ah, pero tú no la conoces.  Mira, no sé cómo explicar, cómo describirla sin que te dé una mala impresión, y eso no lo quiero hacer.

Decían que ella era la bonita.  Lo decían ante mí sin fijarse; pero así eran, siempre han sido así mis tías.  Allá en la cocina, pasaban las horas de la tarde alrededor de la mesa,  con café y galletas, royendo las galletas para no comer muchas, sus brazos macizos sobre el mantel, y decidían quién de la familia era la lista, quién la buena, quién la más dejada, y nosotras entrábamos por agua o para pedir permiso de salir, pero Luce es la bonita. . . pero Ana, ella es la buena, sin fijarse en si escuchábamos o no.  Siempre tan seguras de tener la razón.

Decían que Luce era la bonita, y lo reconozco, sí lo era, pero yo no quería parecerme a ella. No. Porque estaba como enojada, tenía las cejas muy juntas, los ojos chiquitos; quién sabe, la boca de labios delgados, todas las facciones refinadas, pero como enojada.  Y su pelo color melaza, más claro que el mío . . . Quizá sí me gustaría tener su pelo.

Pero no es que sea mala.  Así tiene la cara;  no es su culpa.

Fíjate, Paco, la señora aquella, la que está sentada detrás del chofer.  Hazte cuenta que es una de mis tías, Chela, sobre todo de perfil. Ahora que lleguemos la vas a conocer.


Luce era mi hermana menor, pero no parecía.  Tenía un año menos que yo pero era más lista, y sabía mucho más.  No andábamos juntas a todo, a lo indispensable, sí, cuando nos mandaba mamá, pero siempre que podía ella se iba con sus amigas.

Me acuerdo de ella regresando de la escuela, y yo en la puerta de la papelería, y ella caminaba con sus libros junto al pecho y pise pise la banqueta con cuatro, cinco amigas, ella siempre adelante.

La última vez que la ví, esta última, hace dos años en Semana Santa, que me dan tres semanas de permiso en el hospital y que voy al pueblo a buscarla y, no sé, crecimos juntas pero como si no, como si viniéramos de dos familias distintas.  Cuando hablábamos de algún suceso le daba coraje a ella y a mí no, o se acordaba de la Navidad, de una posada, y se ponía a llorar; pero yo me acordaba de la misma y no tenía nada de triste.

De niña ella era la rebelde, la que peleaba.  Le sacaba la lengua a mi mamá y decía malas palabras. –Pendeja-- le gritaba y mi mamá detrás de ella, fúrica, y Luce corre y corre con sus piernas flacas hasta que la mano de mi mamá la alcanzaba y el cuerpo de Luce colgado en el aire.  Y aunque le sonaba duro no lloraba.

Yo la admiraba y a la vez le tenía miedo.

Ella tenía las piernas muy flacas, aun ahora que se ha ido engordando tiene las piernas flacas de una niña.

Nada más no le digas que ya nos casamos.  Que no sea tan de repente, porque ella, ella es media desconfiada.

No sé, con los hombres, va a pensar que me tratas mal.

No, no es eso, si a ella no le importan esas cosas.  Yo creo que si la invitábamos no iba.  Inventaba cualquier pretexto.  La verdad, tengo más de un año que no le escribo.

Si, mi familia es de lo más normal; pero ella piensa que no.  Tú dijeras, bueno, nos pegaron, nos maltrataron; pero al contrario, nos cuidaron tanto.  Sobre todo a ella.  Mi mamá le cosía vestidos, y mi papá siempre le andaba llevando al río.

Y no es que ella lo mereciera.  Cuando íbamos todos juntos, a la plaza, a la feria, siempre caminaba detrás de nosotros, como si viniera aparte, y yo le hablaba y se hacía la desentendida.

Luce no se metía conmigo, nada más a ratos.  Peleábamos sobre cualquier cosa. . .  tú sabes, tienes hermanos. . . que la blusa nueva, que quién sacudía, pero como que de repente cuando ya estábamos las dos en esa calma irritada que surge a la mitad de una discusión, le atacaba un furor y apachurraba la almohada y me decía, su voz bien helada, quedito para que no la oyeran:

--Pero ¿no te da coraje, Ana?

Y yo: --Pero ¿de qué?

--No sé, de todo, de que el uniforme, y la casa y el menso de Nicasio.  ¿No te da coraje?

Pero yo no más sacudía la cabeza.

--Me choca que venga a la casa.

--¿Por qué no ha de venir?


--Porque no--. Y me miraba con sus ojos chiquitos.  Te digo que a veces me asustaba.

Nicasio era el padrino de mi hermana menor, de María José, y trabajaba con mi papá.  Pero no quiero hablar de Nicasio, quiero hablar de mi hermana.

Hubo un tiempo en que cambió, en que andaba como alegre, muy alegre.  Bromeaba, pero así, mofándose.  Se daba cuenta de todo lo que hacíamos y nos imitaba a todos.  Era buena para la remedada.

O agarraba rachas durmiendo mucho, tomando la siesta toda la tarde y se quedaba dormida en la noche también y nada más te acercabas y patadas.

Me acuerdo que quería estudiar afuera, tenía beca y todo; se la consiguió la directora de la escuela, y que mi papá no la dejaba. Yo no entendía, porque a mí me habían dejado, pero mi mamá dijo que yo era más seria, que conmigo no se preocupaban.

Ella era muy lista y yo no sé por qué vive como vive, por qué no se va de allí.  No tiene caso que se quede.  Claro, alguien tiene que cuidar a mi padre ahora que está enfermo, pero allá está Elva a la vuelta de la casa.  Ahora que lleguemos verás que tan cerca está.  Debe de irse, si nunca le ha gustado San Benito.

Mira, allí venden gorditas, a ver si vamos mañana.

Se ha descuidado mucho.  Apenas se arregla.  Lápiz labial, así, dibujados arriba de la boca, dos o tres cepillazos y lista.  No se vuelve a mirar en el espejo hasta en la noche.  Fíjate, ya casi ni sale de la casa.  Apenas va por las tortillas o a llevar a mi papá a la clínica.  Todas sus amigas se han casado, ya no la buscan . . . No, a misa no va.

Bueno, acuérdate de no decirle que nos casamos.  Yo se lo diré ya que lo piense oportuno.

Yo no sé por qué no se va.  Le he dicho que se venga conmigo.  Nunca le ha gustado San Benito.


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