"On se fait toujours des idées exagérées de ce qu'on ne connait pas", escribe Albert Camus en su novela L'étranger. Que el no saber lleva a hacerse ideas exageradas de las cosas es algo que los políticos han sabido--ellos sí saben del asunto--desde tiempos inmemoriales.
De la mano de los políticos--y a veces compitiendo con ellos por el control del público--santos varones han fomentado, a voz en cuello y con amenazas, la ignorancia popular para aumentar la desconfianza y desprestigiar a quienes no participan de la comunión con ruedas de molino.
En estos días la situación no es en esencia muy diferente a como ha sido siempre. Lo que la distingue y la hace particularmente ponzoñosa es que ha venido a exacerbar convicciones y actitudes deplorables que un largo proceso había conseguido acallar al definirlas como lo que son: reacciones ilógicas y mezquinas ante la exageradas interpretaciones debidas a la ignorancia.
Y como ha sucedido una y otra vez en la historia de la torpe humanidad, las masas se dejan engañar y optan por preferir la opresión del poder desmedido que no sólo tergiversa la realidad para dominarlos, sino que los condena a vivir vidas disminuidas por la falta de opciones, las deudas y la pobreza.
La ignorancia respecto a los diferentes principios políticos que pueden aplicarse en el gobierno común se asienta en las referencias insultantes a una falsa amenaza de formas de gobierno y sistemas económicos que le impedirían a unos pocos alcanzar niveles de riqueza obscenos, evidentemente contrarios al bien común.
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