
Despierta uno por la mañana y sólo el temor de anquilosarse en la pereza de quedarse en cama y el hábito de levantarse a sacar a pasear al perro--el mismo y diferente perro de tantos años--hacen que uno haga a un lado las sábanas demasiado tibias, se levante y eche a andar, aunque no tenga que ir a ninguna parte.
Andar por andar es lo que se hace cuando no se tiene nada que hacer. Ya no importa el objetivo. Tiene el trayecto circular, el repetido, la belleza calma que le imparte lo que se conoce bien y no sorprende.
Con los días se va dejando sentir el cansancio de tanto caminar en vano y el paso se hace más lento. Un día cualquiera de éstos será vacilante.
Triste admitirlo.
A los que se vuelven viejos les gusta decir que siguen jóvenes de espíritu; no es más que un autoengaño que les aliviana el lastre de los inútiles años.
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