6 de noviembre de 2019

Tres fragmentos del desvelo y un probable disparate*

Fragmento I. Artimañas de monaguillo

Hay uno--endiablado paje o pícaro demonio menor de edad--que me despierta a sobresaltos y por reloj al borde de las 4:44 de la madrugada, apenas me he comenzado a enredar gustosamente en mi Tercer Sueño, el preferido y predilecto que apenas vislumbro: me lo arrebata el muy demonio al rebato de tamboril y gorjeo de monaguillo: campanilleo de ritual pagano: mi misa negra del insomnio.

Y ese uno basta--mis demás demonios duermen--para desvelarme.

Con el arrebato empieza entonces el cuentagotas (y el despertar de los otros): la obtusa contabilidad de suma y resta de segundos, pestañeo fosforescente del reloj despertador, hipo sucesivo de los minutos numerados, mecánica del pespunte, tartamudeo invariable de las matemáticas.

Afuera los astros van dando su rodeo apenas perceptible y el visillo de la ventana, quieto como un agua estancada o un aire con polvo suspendido de los días, opaco, opaca el fulgor distante. Opaca también la breve uña de la luna que va queriendo nacer y no alumbra todavía.

Salir al balcón--si lo hubiera--sería una delicia. Lo sugiere con risitas el monaguillo, que no deja de campanillear al fondo del oído o dentro de la almohada. 

Salir a donde sea.

Opto por el jardín soleado de la pantalla multicolor y sus arboledas que algo esconden para la sorpresa. A esa hora su luz lo enciende todo: ventanal panorámico de las fantasías.



Fragmento II. Majadería

No se hable del porvenir ni del pasado, dictaminan los pseudo-sabios, los untuosos autoungidos.

Vivir en el presente, recomiendan, como si hubiera forma de atrapar  los instantes, arrebatándoselos--presas fugitivas--a la jauría del tiempo y los aullidos de la memoria; o ahuyentándolos de los sabuesos del ansioso husmear el rastro del mañana.

El presente--si existe--apenas dura lo que un nervioso parpadeo o el gesto del abanico que lo borra en el ventear.


Fragmento III. Formas de la hecatombe

Filo de navaja de la lengua, estilete del grafito, bisturí de la pluma fuente (imagen a la antigua), sanguijuela (más arcana alusión todavía) del desangre.

Quirófano o sala de tortura: matadero.

Se tiñe el papel, palpita en la pantalla el cursor a dentelladas y el aire es un denso reflujo--ruido inclemente--de palabras para la asfixia.

Todo se empapa en la hemorragia de la voz. Se asopa el fango de la palabra que no calla: flujo permanente que no coagula. Riada de la porquería. 

Es el mercado infernal de la palabrería.


Y el disparate

Más le hubiera valido a ser humano no saber hablar. O al menos saber callarse.





*Advierta el lector la anfibología.

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