8 de noviembre de 2019

Para "Insectarium": A partir de la pulga.

Poca cosa parece una pulga, pero es enorme su efecto en la vida humana y en el desarrollo de la cultura universal.

Insecto despreciable, víctima de la uña del pulgar de quien, olvidado de todo otro quehacer se espulga y rasca en busca de alivio, la pícara pulga nos ha acompañado desde nuestros orígenes de pelambre hirsuta hasta estos días de no siempre efectivos insecticidas.

Mala compañera, por cierto, no ha dejado de ser una preocupación y un motivo de malos ratos y fatales plagas.

Así y todo, poca cosa es una pulga y no por nada nombra la humildad jocosa de la pobreza y su ingenio en el Mercado de Pulgas, cuna y hervidero de las mismas.

Poca cosa es también lo que el pensamiento labora. 

Qué tantos y tan importantes asuntos puede uno analizar en los larguísimos momentos de aburrido no hacer nada que se llevan gran parte de las horas del día. A esto parecen referirse el refrán yiddish que habla de quienes meditan interminablemente sobre si la pulga tiene o no tiene ombligo y ese otro, no necesariamente producto del ingenio judío, que acusa a más de alguno de ocuparse en pensar larga y sesudamente sobre la mortalidad del cangrejo.

Pulga y cangrejo apuntan, por cierto, al desdeñable mínimo carácter del supuestamente pensante ser humano.

Estimulante para la mollera popular sería--han pensado algunos--erigir monumentos públicos tanto a la pulga como al cangrejo. Y los hay para ambos bichos, aunque no probablemente por motivos de índole filosófica.

                                              

Mejor que la prepotente estatuaria heroica de fervores nacionalistas y patrióticos, una pulga de bronce refulgente al sol sin tapujos de una plaza pública o la calcárea tersura de un cangrejo de pórfido encaramado en la columna tradicional del triunfo le hablarían a la gente que los vieran al pasar--a esa multitud insectaria de la sobrepoblación urbana--de su mínima condición humana. 


                                                 


Escuela visual del monumento que enseñaría, en vez de las pasiones belicosas de la identidad inmarcesible, la tan necesaria humildad que a la humanidad le falta o le falla en los gestos untuosos de la hipocresía. 

No hay pulga ni cangrejo hipócritas ni vanidosos.






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