23 de enero de 2020

Inspiración feliz

--Iba a escribir--escribe el que siempre escribe--lo primero que se me vino a la cabeza, pero me controlo y me contengo: no lo hago, y escribo esto, que fue lo segundo que se me ocurrió, por suerte. Lo primero no merecía escribirse.



Pluma en mano, espera.

Lo que quisiera escribir, lo tercero que se le venga a la cabeza, no le viene. No está, como se dice, inspirado. No se le ocurre nada.

La tinta en la plumilla se reseca. Le pone la tapa a la pluma fuente--gesto anticuado--, la deja a un lado de la libreta, todavía abierta en la pagina en que escribió lo de arriba, y se lleva la taza de café a los labios. El aroma lo estremece antes de sorberlo.

Y como si alguien le hablara desde otro espacio, las palabras precisas se le vienen a la mente y, retomando apresurado la pluma fuente, escribe el primer pentasílabo, "Sobre el estanque" (piensa en el calmo tranque circular de la taza de café) y casi de inmediato, sorpresivamente, transcribe el heptasílabo que escucha, "inclina la cabeza". Luego el silencio: la mudez.

De nuevo, pluma en mano, espera.

Al rato guarda en el bolsillo sobre el corazón, como objeto por el momento inútil, la lapicera; cierra la libreta y también la guarda, listo a salir apenas termine su café.

Al inclinar la cabeza para llevarse la taza a los labios vislumbra en la trémula tinta del café el reflejo parcial de unos ojos que lo miran. Oye la voz que le dicta el verso final: "Narciso en flor".

--Un raro jai ku--piensa--de foránea inspiración grecolatina.

Sorbe el café del intrigado.




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