5 de abril de 2020

Materialidad de lo inmaterial

Los días se suceden uno tras otro y uno tras otro van quedándose atrás, en el olvido. Es muy poco lo que se recuerda de ese transcurrir. Ayer se desdibuja como un paisaje en la niebla y el pasado es la niebla misma, el esfumado.

Unas pocas memorias se encargan de dar cuenta más o menos fidedignamente de algunos momentos de ese transcurso mayormente olvidado en un borroso ayer más imaginario que recordado. 

Es reducida la memoria y selectiva. Se engaña a sí misma imaginando, sin darse cuenta, un pasado que, transformando lo sucedido, cuenta una historia personal conveniente que nos permite concebirnos como individuos. 

Somos la continuidad de esos momentos así recordados: la inventada memoria de haberlos vivido.

Y esas memorias de dudosa veracidad no son algo abstracto sino un fenómeno puramente fisiológico: son funciones de la materia viva del organismo, asunto de la biología.

Lo que uno ve y escucha, siente y piensa; lo que sueña e imagina, son fenómenos esencialmente materiales, biológicos, funciones puramente somáticas. 

No existe el orbe diferente del espíritu al que se cree pertenecen las ideas, los sentimientos, las emociones, el alma misma, trascendente, que se recuerda a sí misma para siempre. 

Si pienso y recuerdo, realmente existo: soy el producto de mí mismo, un organismo vivo.


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