15 de junio de 2020

Entre los extremos

Marea alta, marea baja. Noche de luna llena, noche sin luna. Día de sol, día nublado. Sequía, lluvia. Mar en calma, mar agitado. Estado de ánimo bueno, acedia. Estar de buenas y estar de malas. Amar a ciegas, odiar de veras. Palma y dorso de la mano, cara y cruz de la moneda. Algarabía y silencio.

Dualidad--el blanco y negro--de los opuestos. Quietud y movimiento. Vigilia y sueño. Hambre y saciedad. Todo tiene su envés. Un lado y otro: dos extremos.

Es fácil comprobar el vaivén del péndulo, fácil distinguir si a una puerta la abren o la cierran, fácil--demasiado fácil para muchos--delimitar lo bueno de lo malo: reconocer la virtud, acusar el pecado. Al “sí” se opone el “no”. A la supuesta verdad la rotunda mentira. No hay duda, no puede haberla: la dualidad es--se lo cree--incontestable. Certeza de un pensar maniqueista y categórico.

Contra lo categórico, sin embargo, se da lo relativo. 

Contra los opuestos la gradación. Todo un mundo se distribuye en el giro constante alrededor del eje entre dos polos. Entre la marea baja y la alta está el lento--imperceptible casi--ascender y descender de las aguas: el proceso. Entre la noche sin luna y la de luna llena están las sucesivas noches de luna nueva y creciente, las de la luna que mengua. Entre el día de sol y el de la lluvia, un sinnúmero de cielos de nubosidad variable. Entre estar de buen humor y deprimido en extremo hay un sinfín de estados intermedios que conforman el espíritu cambiante de lo cotidiano.

No es en las oposiciones, sino en los estados intermedios entre un extremo y otro donde se encuentra la auténtica realidad y su complejo y regocijante relativismo.

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