Tiene Rosalía de Castro predilección por la naturaleza, en particular la de sus campos gallegos. En las estrofas siguientes, tomadas de tres poemas diferentes, el insecto--en singular en los tres casos como si se lo abstrayera a sólo un símbolo--tiene una función significativa que trasciende su sola presencia.
En un caso, un poema sobre el estío, el insecto, reducido a su zumbido monótono en el calor opresivo, sirve para la comparación deprimente que la estación suscita:
Imponente silencio
agobia la campiña;
sólo el zumbido del insecto se oye
en las extensas y húmedas umbrías;
monótono y constante
como el sordo estertor de la agonía.
En otro poema, éste sobre el otoño, es la ausencia visual del insecto colorido un detalle más de la calma de la estación en que la naturaleza decae:
. . .y en la pálida sombra que extendían
las ramas de sus árboles frondosos,
misteriosas dulzuras se escondían.
Ningún eco cercano se escuchaba,
ni el insecto de espléndidos colores
jugando por los aires revolaba.
Parece que en redor todo dormía,
que ni aun el aura entre las blandas flores
con su manso murmullo se sentía.
En el tercer poema, que no se refiere a la naturaleza, el insecto sirve de comparación y contraste con una estrella en la formulación del enigma.
Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea;
abismo arriba, y en el fondo abismo:
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
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