Viene al caso estos días recordar el cuento "Muerte en Venecia", de Thomas Mann por el sugerente uso que en éste se hace de la peste como causante de la muerte de Aschenbach el protagonista.
Las varias alusiones premonitorias de la peste, que Aschenbach presiente, se concretan en la información detallada de los hechos, cuando éste consulta el asunto en una agencia de viaje inglesa:
"Al día siguiente, por la tarde, hizo un nuevo esfuerzo para investigar los acontecimientos del mundo exterior, y esta vez con todo el éxito posible. En la plaza de San Marcos entró en una agencia inglesa de viajes, y después de cambiar alguna moneda, dirigió al empleado que le había servido, adoptando un aspecto de forastero, desconfiado, la pregunta fatal. El empleado era un inglés auténtico, correctamente vestido, joven aún, con el cabello partido por la mitad, y emanaba de él esa firme lealtad que resulta tan exótica, tan maravillosa en el Mediodía, donde abunda la expresión ambigua. Comenzó con la eterna canción: «No hay ningún motivo de alarma, señor. Una medida sin importancia seria. Disposiciones de esa naturaleza se toman a menudo para prevenir los posibles daños del calor y del siroco...».
Pero, al levantar los ojos, se encontró con la mirada del forastero, una mirada cansada y un tanto triste, que con una ligera expresión de desprecio se posaba en él. El inglés enrojeció: «Ésta es, al menos —siguió a media voz y con cierta vivacidad—, la explicación oficial, con la que aquí todos se conforman. Sin embargo, creo que hay algo más detrás de esto». Luego, en su lenguaje honrado y preciso, contó lo que realmente ocurría.
Hacía ya varios años que el cólera indio venía mostrando una tendencia cada vez más acentuada a extenderse. Nacida en los cálidos pantanos del Delta del Ganges, y llevada por el soplo mefítico de aquellas selvas e islas vírgenes, de una fertilidad inútil, evitadas por los hombres, en cuyas espesuras de bambú acecha el tigre, la peste se había asentado de un modo permanente, causando estragos inauditos en todo el Indostán; después, había corrido por el Oriente, hasta la China, y por Occidente hasta Afganistán y Persia. Siguiendo la ruta de las caravanas, había llevado sus horrores hasta Astracán y hasta el mismo Moscú. Y mientras Europa temblaba, temerosa de que el espectro entrase desde allá por la tierra, la peste, navegando en barcos sirios, había aparecido casi al mismo tiempo en varios puertos del Mediterráneo; había mostrado su lívida faz en Tolón, Palermo y Nápoles; había producido varias víctimas, y estallaba con toda su intensidad en Calabria y Apulia. El norte de la península había quedado inmune. Pero, a mediados de mayo, habían descubierto en Venecia, en un mismo día, los terribles síntomas del mal en los cadáveres ennegrecidos, descompuestos, de un marinero y de una verdulera. Estos casos se mantuvieron en secreto. Pero poco después se habían presentado diez, veinte, treinta casos más en diversos barrios de la ciudad. Un hombre de una villa austríaca, que había ido a pasar unos días en Venecia, había muerto en su tierra, al volver, mostrando síntomas indudables. De este modo habían llegado a la Prensa alemana las primeras noticias de la peste. Las autoridades de Venecia respondían que nunca había sido más favorable el estado sanitario de la ciudad, y tomaban las medidas más necesarias para combatir el mal. Pero podían estar infectados los alimentos; las legumbres, la carne, la leche.
La peste, negada y escondida, seguía haciendo estragos en las callejuelas angostas, mientras el prematuro calor del verano, que calentaba las aguas de los canales, favorecía extraordinariamente su propagación".
Y un poco más adelante el narrador habla de algo que llama la atención por lo que tiene de parecido con lo que sabemos de la situación actual:
"Desde principios de junio, se habían ido llenando silenciosamente las barracas aisladas del hospital civil. En los dos hospicios empezaba a faltar sitio, y había un movimiento inmediato hacia San Michele, la isla del cementerio. Sin embargo, el temor a los perjuicios que sufriría la ciudad, las consideraciones a la Exposición de cuadros que acababa de inaugurarse, a los jardines públicos y a las grandes pérdidas que el pánico podía producir en hoteles, comercios y en todos los que vivían del turismo, pudieron más en la ciudad que el amor a la verdad y el respeto a los convenios internacionales. Las autoridades siguieron, pues, tercamente su política de silencio y negación. El funcionario sanitario superior en Venecia, una persona honrada, había dimitido lleno de indignación, siendo remplazado inmediatamente por otra persona menos escrupulosa y más flexible¨.
Si bien la última oración de la cita anterior no parece corresponder a lo que haya sucedido en nuestros días, el comentario es curiosamente acertado. Ante los hechos, el empleado inglés de la agencia de turismo, le recomienda al protagonista dejar la ciudad:
"La deducción que de todas estas cosas sacó el inglés, fue decisiva.
—Haría usted bien en marcharse, mejor hoy que mañana. Pues antes de muy pocos días nos habrán acordonado.
—Muchísimas gracias —respondio? Aschenbach, y salió".
"Por lo demás--se narra más adelante--todos huían, se iban; había numerosas casetas vacías [en la playa]; en las mesas del comedor [del hotel] quedaban muchos sitios libres y era raro encontrarse con un forastero en la ciudad".
Aschenbach, sin embargo, no se va de Venecia, ofuscado por el deseo, que es su condena. Como cumpliendo con su destino, comete el error de comprar una fruta especialmente peligrosa por la forma de su cultivo:
"En una frutería compró fresas maduras del todo, y fue comiéndolas mientras caminaba".
No mucho después se desploma en su silla de playa y, contaminado de la peste, muere.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario