7 de junio de 2020

Exorcismo de la Pereza

Finalmente me he puesto a trabajar en lo que llevo postergando desde hace días.

Se dan cuenta mis demonios de lo que estoy tratando de hacer y me distraen para que no pueda hacerlo: me traen a la mente imágenes deleitablemente perturbadoras.




Son mis demonios como esas personas que dicen ser tus amigos y te ofrecen como gran regalo el beleño que--te aseguran--te hará ser feliz como los hace a ellos. Con qué muestras de aprecio creen engañarte. Cómo te hacen creer que el veneno que te ofrecen por amistad es la panacea de los inmortales.

--Vade retro--exclamo, no muy convencido del ensalmo, levantando la pluma en alto, como un hisopo de tinta bendita para el exorcismo.

Desde mis papeles y en la pantalla del computador--trabajo alternativamente en dos mundos paralelos--mi propios garabatos--herméticamente incomprensibles--me confunden con sus caligrafías de gusanera, su palpitar de miasmas y fuegos fatuos.

Mis pícaros demonios sigue inventándome en la mente los más hermosos escenarios. Embelesado, me digo que puede mi proyecto esperar hasta mañana. 

Lo abandono.

Las bellas imágenes se esfuman al instante y los diablillos del arrepentimiento me llevan a empujones al camastro percudido del desaliento.

--Mañana--me dice uno de ellos casi mordiéndome la oreja--será otro día. 

--Y otro también pasado mañana--cantan los demás en estridente coro.

Qué me queda sino morderme las uñas y esperar, mirando cómo las moscas vuelan sin decidir dónde posarse.

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