25 de septiembre de 2020

Espiritualidad del aseo

Buen ejercicio es barrer: físico y espiritual, como bien lo explica el monje budita japonés, Shoukei Matsumoto en su libro sobre cómo asear la casa y la mente: A Monk's Guide to a Clean House and Mind.
Hacer el aseo, sin embargo, se nos presenta como un suplicio propio del desafortunado Sísifo: apenas cumplida la tarea hay que empezar de nuevo. La satisfacción diaria de la limpieza es breve, fugitiva, absurda como casi toda dicha.
Al aseo de una casa se lo ha de concebir, por lo mismo, como una exigente disciplina espiritual. No llego al extremo de equipararlo a una oración, o a un rito religioso, como lo hace el monje budista, aunque debo admitir que tiene mucho del ejercicio mental de la meditación.
Asear el lugar en que se vive es también el reto a un diario duelo a escobazos con el tiempo y el polvo que deja a su paso. 
Como el viento que levanta la leve arena de las dunas, el tiempo pasa incesante y va dejando sobre el mundo la casi invisible pátina del cuarzo microscópico y del polvo, que es nuestro detrito cotidiano: premonición, anuncio del pulvis eris de las fastidiosas escrituras.

Polvo somos que el tiempo va desprendiendo de nuestra materia perecedera y deposita día a día sobre las inertes cosas que nos rodean. 
somos, Polvo, al fin y al cabo, que hay que barrer: materia inerte del transcurso y del olvido.


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