20 de diciembre de 2020

Mareas del sueño: Impromptu onírico.

 


Nos quedábamos dormidos oyendo, desde el espesor de la almohada, el profundo timbal de las olas.

Unas tras otras resonaban hondas, como el redoble menor, acompasado de nuestra propia sangre incesante: nuestra marea, tan secreta como la que azota roquerío y playa al pie del escarpado y del balcón--mirador y atalaya--de la casa ancestral, la construída sobre el risco que divide en dos la duna y su cascada de arena que se precipita hasta la playa abajo y su matorral limítrofe de lilenes e higuerillas.

Era el tam tam de nuestro sueño.


Desde entonces hay solo mar y oleaje de fosforescente espuma en lo más recóndito de la memoria.


Ese mar, espesamente oscuro, del que estoy seguro debí surgir un día y al que me llevan noche a noche las vívidas imágenes de un sueño repetido con la misma intensidad, la misma parsimonia obsesiva del embate de las olas, timbre de tensos atabales que la arena absorbe y transmite hasta la almohada.


Es ésta receptor nocturno, onírico, de cuantas voces provienen de las aguas.


Voces de un océano que cubre medio globo y azota y acaricia el litoral de innumerables mundos, continentes, islas, archipiélagos que lo escuchan desde una infinidad de cabeceras.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario