Prefiero pensar lo contrario: que nada tienen de especial estos dos días, que sos dos días cualesquiera, sin ninguna importancia. Un jueves más y el viernes que lo sigue, según lo indica el calendario.
Para los más, sin embargo, y con razón, tienen suma importancia y a la medianoche que los divide se le atribuyen virtudes ceremoniales.
Cifras esotéricas de la transición son estas fechas--dos días, dos meses, dos años--de la cuenta secreta del destino y la fortuna.
Se celebra el momento con efusión de disimulos: abrazos, brindis, deseos de prosperidad, fuegos de artificio, exclamaciones estentorias, borracheras son todas formas de engañar--por unos minutos siquiera--la tristeza y el pavor que produce la vuelta de hoja, el giro de la cruz gamada, el túnel del mañana.
Inútil ceremonia de exorcismo tanta alaraca. Inane ritual propiciatorio el del Año Nuevo.
Ruidosa escaramuza contra las fechas son los disparos del champán y de los fuegos de artificio que proponen en el cielo de la noche instantáneas y fugaces constelaciones de la inasible felicidad y de la efusiva prosperidad del nuevo tiempo, el renovado.
Se entiende--sabiendo lo que somos--que se celebre tan mágico instante y se alcen las copas del ilusionado brindis.
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