Me informa un amigo que la revista literaria que él publicaba con otros entusiastas y a la cual contribuí con alguna reseña y unos poemas dejó de publicarse y existe momificada en el ingente archivo digital del limbo literario.
Tal noticia me ha llevado a volver a escribir sobre algo de lo que ya he escrito antes, signo inequívoco de mi obsesión ingenua, por no decir absurda.
La suerte de las revistas literarias, hayan sido de papel o sean electrónicas, es siempre la misma: una breve casi inadvertida existencia. Ha habido excepciones que sería curioso investigar para saber qué les dió una existencia exitosa y prolongada.
En el mundo de la literatura que se cree enrarecidamente no comercial, se aplica la ley de la oferta y la demanda como en el más pedestre mercado de abastos. Pero con obstinada insistencia los literatos ignoran el hecho patente de que la oferta de sus productos supera en mucho a la mínima--si hay alguna--demanda. La situación no podría ser más clara, ni más ciega y obtusa la actitud de los escritores que,indignados, se rasgan las vestiduras en señal de inútil y ridícula protesta contra la falta de interés en su producciones.
Lo irónico del asunto es que yo no haya sabido de la defunción de la mentada revista en que se publicaron textos míos. Obviamente yo no la consultaba ni leía, lo que viene a demostrar lo que digo arriba y me lleva a pensar qué espera uno de esas revistas si ni yo mismo, que conozco a quien la publicaba, no he leído sus contribuciones en ella, ni él, que sabe de la existencia de otras revistas en que he publicado, ha leído las mías. Y, además, ni él ni yo hemos leído ni leemos las contribuciones de otros escritores en las revistas donde se han publicado las nuestras, que tampoco ellos habrán leído.
Quod erat demostrandum.
A este comentario, una sagaz lectora amiga ha reaccionado diciendo
que "está perfecto" y es "muy certero". Y añadió, como prueba de lo acertado de mis observaciones, que por un tiempo tuvo ella una columna en una revista virtual de excelente calidad que no duró ni un año. Como tantas, ya no existe y lo que ella escribió se ha perdido en el limbo de la literatura que nadie lee.
Con un optimismo del que soy incapaz, observó además que cuando estudiamos la carrera literaria de escritores famosos vemos cómo muchas veces las revistas en que publicaban sólo duraron unos pocos meses. Y que, por lo tanto, no hay que tomar la falta de interés en un texto como un fracaso; mientras sea excelente su hechura y su contenido debemos sentirnos satisfechos: ya encontrará algún lector que lo aprecie.
--Bendita--habría dicho mi abuela.
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