Como víctimas de un sistema carcelario de secretas celdas e intrincados laberintos se nos exige cada vez más para movernos de un lado a otro una prueba de identidad y el comprobante añadido de crípticas contraseñas.
Un día de estos habrá que dar una contraseña para dormirse y poder entrar al secreto programa de los sueños.
Y peor aún, al amanecer, para despertar y acceder al hiperactivo juego de lo cotidiano se nos exigirá la contraseña que en el sueño habremos olvidado, si alguna vez la supimos.
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