Esto de ordenar es tarea de Sísifo o ejercicio inútil contra el lento, cotidiano y persistente acumularse de las cosas y el polvo que las va cubriendo.
Y ordenar el escritorio es competir--a perder--con el olvido.
Esta vez--me digo, como si decírmelo hiciera alguna diferencia--tiraré todo lo superfluo, que es lo mismo que decir que me voy a extraer un par de muelas a tirones o cortarme un dedo o tres con el abrecartas toledano. Imaginar que se trata de muelas cariadas, ya inútiles, que más daño hacen que ayudan en el diario roer, y de dedos gangrenados, inservibles, de leproso.
Cortar, y cortar por lo sano: desprenderse de todo lo que sobra.
Y casi todo sobra.
Y al decirlo caigo en la cuenta de que ordenar es imposible: que el desorden es más profundo de lo que se muestra. Que no importa cuánto me afane: jamás conseguiré organizar el caos.
Albañal de los desechos, contradicción del orden, lo acumulado asfixia con los miasmas de lo que se pudre.
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