He venido a sentarme al jardín de atrás--el de los altos árboles que lo rodean--a gozar la calma tibia de la tarde que cae. Tarde de otoño, por cierto: indescriptible.
Aunque el jardín está en sombra, el sol poniente alumbra todavía las copas de los árboles más imponentes. Es un hermoso detalle que vale a cambio de no ver el cielo del atardecer con sus últimos arreboles y la luna--luna llena de octubre--ascendiendo al azul profundo que pronto será noche.
El íntimo retiro del jardín no sabe del amplio espectáculo del horizonte.
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