20 de enero de 2022

Las mutitudes


Hay quienes, atraídos por el poder envolvente de las multitudes, se adscriben a ellas, se sumen en ese comúnmente bien llamado mar humano. Se identifican con la consigna y el griterío. Son los orgullosos de su especie dominadora, los entusiastas de la tribu y del desmedido afán de lo colectivo. Unen su voz al rugido unísono de la masa uniforme que en ella misma se confunde. Partícipes de la horda y los ejércitos, del circo y las grandes ceremonias triunfales y condenatorias, delegan su individualidad a la montonera. 

Las multitudes tienen más de atemorizadoras que de celebratorias, aunque las convoquen celebraciones y fiestas de aparente optimismo. La gente aglomerada hace pensar en invasiones enemigas más que en marchas optimistas, en disturbios más que en muestras de solidaridad con lo que sea. Más de dos personas son multitud, dos son motivo de conflicto. El individuo, un enigma de temer. Desde los años sesenta del siglo pasado hasta ahora la curva de natalidad de la especie animal más lastimosa ha seguido un rumbo ascendente desmesurado como si estuviéramos los seres humanos determinados a producir el desastre suicida. Probablemente lo estamos, motivados por un tedium vitae colectivo. De ahí lo aterrante del gentío que pulula en las grandes ciudades, envenenando y consumiendo sin medida los productos esenciales. Si no es suicidio voluntario lo es por ignorancia.

Considerando lo que la humanidad representa en la vastedad espacial y temporal del universo, no tiene ninguna importancia el que nos suicidemos en masa y destruyamos el planeta. La extinción de la especie humana, probablemente no tan próxima en el tiempo como pueda parecernos a los apocalípticos, sería un bien para el planeta que, libre del abuso de la soberbia propia de los humanos, se renovaría y purificaría volviendo a un estado virginal impoluto de un paraíso.

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