--¿Díganme—le pregunta el traumaturgo, retóricamente, a su público embobado—si no tengo la razón?
Nadie, por cierto, dice nada.
¿Quién va a disputarle al santón de pico de oro lo que les perora? Pero son muchos—y él lo sabe--los que se muerden la lengua y callan.
Contra esos habla, contra los que callan, porque en su silencio—bien lo sabe—se afianza y crece el peor peligro para su labia y su eventual desprestigio y caída.
De las palabras—las suyas sobre todo--es el reino triunfal de la falsía.
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