Los viejos y anteayer efectivos implementos de la escritura--el papel, la pluma, el lápiz corrector, las tijeras y el engrudo--eran infaltables, con sus inspiradores aromas de tintas y libretas, en todo escritorio de tiempos anteriores a nuestra edad electrónica. La máquina de escribir en muchos casos aportaba a la suma de impresiones sensoriales--crujido de papeles, raspar de la pluma, rumor del sacapuntas--su tableteo mecánicomoderno con algo de cadencias musicales.
Tal vez perduren--aunque es improbable--estas impresiones en uno que otro escritorio anticuado de anticuado escritor nonagenario.
La prontitud de nuestra escritura digital, la de ahora, prescinde, aunque no del todo, de los objetos, sonidos y aromas de la anterior escritura. Los evoca en parte con sonidos de impresoras, campanillas y comandos instantáneos que, como "cortar y pegar", remiten a lo más básico del oficio de escribir que, al fin y al cabo, se reduce a cortar y pegar, cortar y pegar de nuevo.
Como la pluma sobre el blanco del papel, la tijera que lo corta tiene un susurro que la magia de la escritura digital desconoce y probablemente añora. Los sustituye, y nada mal--blancor y murmullo--con el fulgor de la pantalla y el cloqueo casi inaudible del melódico teclado.
Sensual ha sido y sigue siendo--qué duda cabe--el acto de escribir: participan en él todos los sentidos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario