26 de abril de 2022

Horizonte al fin alcanzado



Descendió desde sus tierras altas en busca de ese horizonte inconcebible del que le hablaran: la línea infinitamente recta que delimita al mar en la distancia. 


Iba en el descenso imaginando entre los muros altos de montes y cañadas la inmensidad de lo extendido: el plano infinito de lo que la vista, sin obstáculos intermedios, alcanza a ver y vislumbra más allá: espacio de lo absoluto.


Desde el alto mirador de la última colina sintió, al contemplar en la distancia la bruma cegadora, que se engañaba, que no había tal horizonte del que hablaban, que el mar no era sino una vasta niebla: lo difuso de la neblina que borra la distancia. 


Confundiendo nube y duna, bruma y arena, caminó finalmente a duras penas hacia el mar, hacia a esa voz que lo llamaba con la intensidad del viento, esa presencia vital que le humedecía de sales la piel y le embriagaba de olor el acezante aliento. 


La niebla matinal imitaba al vacío.


Llegó al fin a la playa, al borde donde olas y resaca hablaban de límites y disputas: del encuentro de dos inmensidades. 


Supuso que el horizonte estaba más allá del estallido de las olas, más allá de la pálida bruma y avanzó hacia él: se fue adentrando en las aguas. 

             

Sintió que lo recibían. Que había llegado.

            

 

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