comprometedoras. Observador que no sabe--no puede--callar lo que mira es el escritor de veras, el
que cuenta, el que a lo de ser “voyeur” le añade el deleitable defecto de ser chismoso. ¿Porque de qué le vale al escritor verlo todo si no lo comparte con sus lectores?
Cada historia que se cuenta en este libro es un gozo para el lector curioso que se entretiene con las
peripecias del vivir ajeno y se encanta en la narración bien hecha, con las palabras perfectamente acomodadas a un narrar sugerente, íntimo, sabio, irónico.
Sobre todo agrada en esta selección la variedad de anécdotas y el cuidado con que el autor las narra. Se tiene en estas páginas lo que desafortunadamente falta en tantas que pasan a diario por nuestras manos reclamando un lugar en la literatura: la evidencia de una cuidadosa dedicación a la labor del arte. Alfredo Ávalos respeta su material y sus medios, los conoce, los trabaja con la paciencia y el cuidado de un ebanista que a toques ya firmes, ya delicados va transformando la madera natural en un objeto artificial--obra maestra del oficio--bello, digno, admirable.
Quien lea estos cuentos sentirá el auténtico y misterioso placer intelectual que produce una obra literaria bien lograda. Es la de Voyeur lectura que merece dedicarle el tiempo que demanda.
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