10 de abril de 2020

Exorcismo (A modo de esperpento descarado)

--Vade retro—grita el exorcista en un no muy buen acento latino, y el demonio, un diablo despeinado y sarnoso, se parte de la risa.

--De aquí—le grita con su voz gangosa—no me muevo hasta que no me pases mi parte, cura avariento.

--Te la voy a dar—le dice el oficiante por lo bajo, como mascullando oraciones—pero a su tiempo, cuando hayas hecho más escándalo y más barullo de mil diablos con tus saltos y pedos malolientes. Detrás de la puerta nos están escuchando, los desconfiados.

--Si es así--responde el muy avisado demonio--tírame una gotas de tu agua bendita, hermano, y armaré una batahola de admirarse.

Levanta el cura el hisopo empapado en agua del escusado y con un par de latinajos y dos o tres golpes de brazo deja hecha una sopa a la endemoniada, que se revuelca en la cama, enfurecida; y con toda razón reclama, porque la bendita agua del cura, además de estar muy fría, huele a residuos de bacinica.

Grita el santo varón con voz de trueno macarrónicos exorcismos en su latín de cocina y sacristía que ni el mismo diablo--que de esas cosas sabe--entiende.

Ladra a carcajadas el muy demonio. El exorcista lo entretiene.

--Asústame ahora con el crucifijo--le sugiere entre risas al sacerdote--que de la impresión de verlo me voy a volver una fiera y echaré maldiciones y daré de patadas debajo de la cama hasta desarmarla.

Enorme crucifijo de hojalata saca a tirones el cura de los repliegues de la sotana. Arma el diablo el escándalo del siglo, da brincos de garañón la cama y la muy insidiosa de la endemoniada grita de contento echando espuma por la boca, desorbitados los ojos en el espasmo del deleite.

La faramalla va para largo: el exorcismo--le recuerda el cura al diablo--se cobra por minuto, como consulta de tinterillo y misa larga de difunto. 

Fuera del cuarto del simulado ritual del descaro, detrás de la puerta cerrada a doble llave y cerrojo añadido, los deudos de la histérica se imaginan lo peor por lo que oyen y arman a su vez su propia casa de orates con sus alharacas y oraciones al centenar de vírgenes que puedan venir al caso. 

A cierta distancia el pater familias, enfurruñado, va contando en el bolsillo los rápidos minutos que no terminan nunca--le parece--de sucederse. "Me va a costar un riñón--se duele--esta endiablada hipocresía". Y empuña afligido los billetes, como si pudiera evitar que echen el vuelo a otros bolsillos, timadores.

--Vade retro—oyen que grita el cura adentro y parece como si fueran tres--diablo, cura y endiablada--los que ahora se ríen y ahogan con diabólicos borborigmos y carcajadas.

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