Poco dado a tener libros favoritos--como no tengo una música favorita ni una comida que me guste más que ninguna otra--por ser tantos y tan variados los que he leído, me costó nombrar los diez libros que me pidieron nombrara como títulos cuya lectura me marcó definitivamente.
La selección que propuse a lo largo de diez días fue totalmente arbitraria y definitivamente incompleta. Queda por añadir toda una biblioteca, la que físicamente ha desaparecido, por razones que merecen otro comentario.
Lo cierto es que no podría yo hacer una lista, del largo que sea, de mis lecturas fundamentales. Casi todas lo han sido en mayor o menor medida.
Tampoco podría hacer esa otra lista posible: la de los libros deplorables que han caído en mis manos. Me gustaría, sin embargo, intentarlo, si sólo por quitarme--escupiendo los títulos como quien los tira a la basura--el mal gusto que me han dejado en la boca.
El pedido de nombrar los libros transformadores me llevó a pensar en qué habrá sido lo primero que leí por mi propia cuenta cuando era todavía niño. Lo que nadie me leyó por la noche al acostarme invitándome al sueño y el ensueño infantiles.
Haya sido lo que haya sido eso que leí esa primera noche de mi aventura de lector solitario debió ser, en cualquier caso, el comienzo de un cuento de nunca acabar, éste que ahora, ya décadas después y al borde de ser viejo, sigo leyendo cada noche, libro a libro--nuevos o repetidos--para ensoñarme y quedarme dormido.
Admito, ya sin excusarme ni avergonzado, que se me caen de las manos y a la mañana siguiente los encuentro despatarrados en en suelo al lado de la cama.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario