Ante la página en blanco--la pantalla, digo--el que se dice escritor y tiene que probarlo no sabe qué escribir.
No se le ocurre nada.
Le ha oído insistir a algún maestro tallerista que ante tal situación-- común entre los escritores que no tienen nada que decir, asegura el experto--lo que corresponde es escribir cualquier cosa: lo primero que se le venga a uno a la boca o a la cabeza: lo que sea.
Escribir, por ejemplo--se dice a sí mismo el no inspirado--la efusiva nota de suicidio y el dolido epitafio consiguiente.
Son éstos, después de todo--piensa--dos subgéneros literarios nada insignificantes que atraen, por supuesto, a una caterva de lectores curiosos.
La fama póstuma está con ellos casi asegurada.
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