22 de abril de 2021

De arañas y palomas mensajeras, contribución de Pablo Valenzuela Fuenzalida


La vida nos va llenando la piel del rostro de arrugas al tiempo que nuestras bibliotecas y cajones se van llenando de papeles y textos que algún día fueron circunstancialmente importantes y que al momento de redescubrirlos tienen más que sólo un dejo de añoranzas y recuerdos olvidados. Con nuestras arrugas pasa algo parecido. Van prefigurando en nuestro rostro un mapa de sonrisas y llantos, como si nuestra expresión debiera ir ajustándose a un molde o “pre picado” adquirido en el tráfago del existir y así no tener que inventar cada vez el modo de expresar nuestra emoción.

Las arañas tejen sobre nuestros papeles y la vida sobre nuestro rostro y en lo profundo de nuestros recuerdos así que al final ya no podemos dejar de ser lo que mostramos pues todo nos delata. Sin embargo, cuantas veces, al morir nos descubren en papeles guardados con callada avaricia, y aparecemos con facetas para todos desconocidas, esas que no quisimos mostrar, que no se habían impreso en nuestro rostro, papeles que las arañas y ratones no lograron borrar de nuestros inventarios involuntarios, anotaciones del Yo más profundo y aun de aquel Yo que ni nosotros conocemos.

Por eso hay que recorrer nuestra fisonomía hasta la parte mas íntima de nuestras arrugas. Por ahí, tal como hacen los astrónomos buscando los orígenes del universo, podemos encontrar nuestro rostro primordial y llegar hasta la inocencia inicial, la capa basal en el gran cañón que muestra nuestro origen expresivo.

Otro camino es explorar nuestras bibliotecas y guardaderos de papeles. Esta es una expedición bastante más difícil y ardua que la anterior, que requiere tanto de aptitud física como de equilibrio psíquico. En ella se ponen en juego articulaciones y coyunturas largamente desusadas y aptitudes visuales básicas que generalmente deben ser auxiliadas por potentes recursos ópticos.

El paso de los objetos y arañosos papeles frente a nuestra memoria desencadena una variada gama de emociones que estallan cuando los recuerdos saltan desde ellos. Piadosamente hemos ido olvidando, o más bien trasladando a ese espacio, nuestras fallas e ineptitudes, nuestros desencantos y fracasos, como también nuestras alegrías ocultas, nuestros misterios enaltecedores e infinidad de partículas de vida inclasificable, ocurrida pero no suficientemente sentida o experimentada, incompleta, mariposas que al salir de su crisálida sólo consiguieron un ala.

La exposición no tiene misericordia pues la memoria no repara en límites cuanto se le somete a estos trances. El recuerdo, aunque trate de escabullirse en esas nieblas inoportunas que tantas veces nos dejan perplejos frente a rostros y preguntas inoportunas, se hace de pronto obligatorio y reaparecemos, un poco reencarnados, un poco muertos, un poco desconocidos.

En medio de esta aventura, tras muchos años de sombra y postergación, entre papeles amarillentos y textos deslavados, encontré este cuento, suscitado a su autor seguramente por imperativos que deberé examinar y cotejar con la vida temporal que me está tocando. No se conoce el autor ni la fecha en que se escribió; la máquina que lo traspasó al papel era de letra imprecisa y la tela entintada estaba seguramente gastada. Hay algunas frases que han debido ser puestas por mi pues la impresión era muy débil; he tratado sin embargo de conservar la máxima fidelidad a la sucesión de las ideas.

Todo lo anterior se inspira en ese texto encontrado casualmente.

                                                                  Las palomas mensajeras

 En un país alejado del bullicio planetario, vivía un grupo de personas ligadas entre si por lazos familiares de la más diversa índole, entre los que se daban casi todas las experiencias de relación que caben a los individuos.

La consanguinidad campeaba de ida y vuelta y la amistad se presentaba matizada por afectos profundos. También existía la soledad y la incomprensión, el juicio y la intolerancia.

Una fuerte imaginación y espíritu creativo daban un toque interesante al grupo al par que algunos brotes intelectuales aportaban ocasionalmente mayor altura en la mira de los pensamientos que circulaban entre ellos. La consistencia de esta relación se afirmaba en imágenes poderosas de los creadores del clan, que habían logrado desarrollar a su alrededor una historia vívida de infinidad de eventos que los afectaban a todos, eventos reales o intangibles, valores experimentados y otros simplemente aceptados. En verdad habían creado no sólo un entorno sino un mundo real e imaginario, pero no por imaginario menos real.

Las marejadas de la vida los fueron separando y llevando a lugares apartados, distantes por las distancias y alejados por las circunstancias. Lo cierto es que el pequeño enjambre desplazado por una irresistible fuerza centrífuga se alejó de ese centro. Las figuras capitales se empequeñecieron con la distancia y fueron siendo  reemplazadas por los recuerdos y las obscuridades que toda nueva órbita alejada lleva implícita.

Ocasionalmente volvían a agruparse, casi siempre motivados por ese centro vital que nunca dejó de ejercer una atracción irresistible; en las reuniones volvían a mirarse y a renovar las palabras experienciales, las palabras fundacionales en las que se apoyaban parte importante de las identidades de los miembros del clan. Surgían los recuerdos que eran puestos en las mesas juntos con los alimentos y todo era comulgado hasta una nueva ocasión.

Con el tiempo incluso estas reuniones se fueron haciendo menos frecuentes y en algunos puntos de la red, la comunicación pareció romperse definitivamente.

Entonces apareció un invento prodigioso que un vendedor trashumante y ya olvidado empezó a ofrecer a todo el mundo, con un notable éxito persuasivo. Logró dejar un artefacto en la casa de cada uno de los miembros del clan. Se trataba de una caja que contenía palomas mensajeras, artilugios de condición desconocida pues en verdad nadie sabía cabalmente de que estaban constituidas (aunque algunos decían saber como manejarlas a su voluntad) y que con cierta facilidad permitían ser domesticadas. La gracia fundamental de la caja consistía en que las palomas no se acababan nunca; era cosa de sacar y sacar y éstas siempre aparecían blancas y vitales, con su plumaje renovado y eficiente.

Con cierto adiestramiento, se podía conseguir que ellas fueran a cualquier lugar en donde hubiese otra caja, pero no solo eso, sino que, para maravilla de todos, podían desplazarse al mismo tiempo a varios lugares, cosa nunca antes vista y aun incomprensible para muchos de ellos.

No hizo falta mucho tiempo para que los palomeros empezaran a mandarse mensajes, primero unos a otros y luego todos a todos, todos a uno y se sabe de algunas palomas que no regresaron nunca. La eficiencia de las palomas era asombrosa y soportaban todo tipo de cargas. Eran por otra parte animales discretos pues podían esperar con sus mensajes y encargos posadas en las cajas por largo tiempo y no se sabe de ninguna que haya regresado sin que el receptor no lo haya decidido de alguna forma.

Comenzó así un tráfico inmenso de recuerdos y recuerdos de recuerdos, que fue formando una nube de palomas que volaban a todos lados a las horas mas increíbles y a velocidades insospechadas.

Todos los miembros del clan estaban muy contentos pues por fin podían compartir sus recuerdos y experiencias de su vida anterior y con más o menos fidelidad, en términos generales, todos tuvieron mayor noticia de cómo habían sido las cosas tiempos atrás, cuando no había palomas, cuando había mensajeros lentos y serviciales. Y se sintieron muy satisfechos de haber sido de ese modo, de que el mundo forjado por los pilares del clan hubiese funcionado en forma tan hermosa y con tan espléndidos frutos.

Así estuvieron disfrutando de estas felicidades durante muchos años, hasta un día en que, uno a uno, se les acabaron los recuerdos. 

Porque los recuerdos tienen un límite, no son inagotables, no es posible seguir extrayendo más y más recuerdos de nuestras mentes, aun cuando revisemos profundamente nuestras arrugas y registremos a fondo nuestros desvanes y bibliotecas. De tanto revisar nuestro pasado podemos llegar a inventarlo, pero nuestras vidas tienen un límite, por lo menos mientras estemos a este lado del existir. Alguien dirá que el futuro es infinito y está lleno de recuerdos por venir, pero si el futuro personal no es creíble, ¿qué queda para el ajeno?

De este modo, lo habían compartido todo, desde las infancias hasta las vejeces con todos los aditamentos encontrados en tan largo camino. Sólo les quedaba el recuerdo de haber recordado y cuando esto mismo se difundió ya no les quedó absolutamente nada que decir.

Entonces ocurrió que la cabeza del clan (que también había participado de algún modo en todo este asunto) decidió reunirlos a todos y lentamente fueron llegando al centro de aquel país, algunos desde lejanas regiones y otros desde lejanísimas cercanías y fueron entrando uno a uno por la puerta que siempre los había acogido desde hacía tantos años.

Traían el rostro lleno de sonrisas y la memoria cargada de rememoranzas entretenidas, interesantes, divertidas, algunas dramáticas, las tristezas guardadas para otro momento y la voluntad dispuesta a compartir en la mejor forma.

Luego de los rituales salutatorios tradicionales, que con los años se habían ido poniendo estereotipados pero muy entretenidos para todos e incomprensibles para un espectador no bien preparado e informado, se sentaron a las mesas y sillas y quedaron todos frente a todos mirándose a los rostros. 

Rostros de diferentes edades, distintas rugosidades, sonrisas de diferente profundidad y algunos silenciosos y anhelantes. 

Y sucedió que no lograron juntar los rostros con los recuerdos repartidos tan pródigamente. Aunque lo sabían todo de todos, no podían reconocer el origen de los recuerdos pues estos no calzaban fácilmente con los rostros y menos aun con las profundidades de las arrugas cuando esto fue permitido explorar.

La confusión inicial, luego del lógico silencio, pareció romperse cuando nuevamente todos se volvieron a saludar intentando a través del rito salutarorio atravesar la pared que se había formado alrededor de cada uno de ellos.

Entonces uno salió corriendo, trajo una de las cajas y extrayendo una paloma, le puso un mensaje y la paloma salió disparada hacia su destino.

Aun no se sabe la respuesta que habrá dado el receptor pues el cuento parece que termina antes.

Hay en la parte de debajo de la página un texto escrito a mano, difícilmente legible que dice que algunos se pusieron simplemente junto a otro y se miraron a los ojos o se tomaron de las manos. Alguien dijo algo así como “empecemos todo de nuevo, ahora sin recuerdos, sólo uno al lado de otro, por turnos, o en fila, en abrazo silencioso, sin esperar nada y deseando dar lo que se pueda, compartiendo el respirar y el silencio”.

Ahora vuelvo a mi.

Estoy explorando mis arrugas para ver si ellas calzan con los recuerdos que tengo de mi mismo pues si no encuentro correspondencia entre ellas y ellos deberé buscar un muy hábil intérprete. Pero no se si le creeré todo lo que me diga.



Tabancura , 29 de diciembre de 2004

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