24 de abril de 2021

Génesis


Habrá sido HaShem--el Nombre--quien le dio nombre a Adán, el recién creado, y Adán habrá nombrado a Eva al despertar con ella a su costado. 

O tal vez--pero de esto no hay prueba alguna--fueron Eva y Adán los que se nombraron mutuamente. Desde entonces el infinito universo se ha ido generando en el acto detallado de nombrarlo. 

No ha podido ser de otra manera.

Sin los nombres--sin el soplo de la voz-- no existe nada. No existe ni siquiera el yo, la tribu se desbarata, la realidad sucumbe.

Sin acudir al mito se puede suponer que alguien tuvo que decir el primer nombre: trazar el primer signo de identidad. Y a partir de esa exclamación inicial de autoridad generativa fueron poco a poco forjándose el paisaje y su geografía, el día y la noche--su cotidiana alternancia--la flora casi infinita, la lluvia y las tormenta, el rojo de la rosa y el azul del lapislázuli. 

Recibió también su nombre el viento y lo recibieron la multitud de cursos de agua, el tiempo, cada monte y el inmenso mar.

Sílaba a sílaba se ha ido formando el mundo: la realidad que circunda al ser hablante, al ser dotado del poder de la palabra que la crea.

La invención no cesa: el nombrar es perpetuo como el infinito.






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